Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

post author

Por: Adrián Zapata
zapata.guatemala@gmail.com

A mediados de la semana pasada los colombianos supieron de un nuevo alzamiento en armas, encabezado por dirigentes reconocidos de las FARC, quienes habían participado en las negociaciones de paz, estaban sometidos a la Justicia Especial para la Paz, JEP, y habían sido beneficiados con curules en el Organismo Legislativo producto de los Acuerdos de Paz, me refiero a Iván Márquez y Jesús Santrich.

No es el primer grupo que se distancia del compromiso de abandonar las armas. Hay más, pero éste tiene especial relevancia, no sólo por quiénes lo encabezan, sino también por el contenido ideológico y político con el cual pretenden justificar su realzamiento. Ya el principal dirigente de las FARC, ahora convertida en partido político, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, explicó con mucha claridad por qué los grupos residuales que permanecieron en armas luego de la firma de la paz no son disidencias, ya que no había ningún contenido ideológico, ni político en esa separación. Por eso ahora, Márquez y Santrich pretenden dotar de dicho contenido a su grupo para ser así una disidencia política, ante lo que denominan “traición a la paz” por parte del gobierno colombiano.

La decisión y conducta de estos liderazgos que retomaron las armas puede tener elementos que las explican, pero por mucho que se argumente, no pueden ser justificadas. Esta decisión es también una traición a la paz y beneficia los intereses del narcotráfico en Colombia.

En esta línea de análisis es fundamental tener presente todos los esfuerzos que las derechas colombianas han hecho para boicotear la paz. Algunos de sus liderazgos han planteado, textualmente “hacer trizas los Acuerdos de Paz”.

La verdad es que los puntos contenidos en el Acuerdo de Paz no han sido suficientemente cumplidos, hay atrasos sustanciales. La Reforma Rural Integral o el punto sobre la sustitución de cultivos no avanzan. La reincorporación económica, social y política de los excombatientes tampoco ha sido atendida debidamente. Por ejemplo, casi la totalidad de ellos son campesinos y sus proyectos productivos son principalmente agropecuarios, los cuales se han aprobado con alarmante lentitud y no hay tierra para ellos.

Las derechas han hecho todos los esfuerzos por revertir los avances políticos y judiciales y no han contribuido a la pedagogía de la paz, más bien alimentan el discurso del odio.

Otro factor que salta a la realidad como una afrenta grave a la paz es el asesinato de exguerrilleros y líderes sociales (140 y 620, según algunas fuentes). Con esa matanza se dificulta creer que la paz llegó.

Los sectores más conservadores están dando brincos de alegría, porque esta acción de los rebeldes justifica su discurso, el cual siempre ha sembrado desconfianza hacia la veracidad de la decisión de las FARC de dejar las armas.

Afortunadamente el 90% de los excombatientes se mantienen leales a su dirección y demandan que la respuesta del gobierno, del pueblo colombiano y de la comunidad internacional sea el efectivo cumplimiento de los Acuerdos de Paz, superando las vacilaciones y resistencias. Esta es una oportunidad para que el presidente Duque lidere esta respuesta patriótica. La historia lo juzgará severamente.

Artículo anteriorLos retos de Giammattei
Artículo siguienteDe plañideras y amarguras contra la prensa