Dra. Ana Cristina Morales Modenesi
Presento un pequeño relato acontecido entre dos amigas, que hace evidente un proceso de duelo.
Con un semblante descompuesto, la mirada vacía y extremando delgadez, Rosario conversa con su cuñada, Josefa. Quien se ha convertido en su acompañante y cuidadora por estos últimos tres años. Su voz es queda y sus palabras se pierden del contexto deseado al pronunciarlas.
Ambas mujeres están en los treinta, con vestuarios sencillos, sin mucho color, el blanco tiene el predominio. Viven en una aldea de la costa sur de Guatemala. Josefa cuida con detalles delicados a Rosario. No sabe muy bien qué hacer para que se sienta mejor su cuñada. Pero entiende que ella está sufriendo y quisiera mitigar su dolor.
Hoy le hizo un caldito de pollo y con la dulzura inmersa en su actitud se lo dio. Diciéndole que lo tome porque éste le hará bien, con éste recuperará su energía, porque ella tiene que ponerse fuerte. Y le dice: Rosario, tu ropa ya ni te queda, has bajado mucho tu peso y te tenés que cuidar porque de otra manera vas a enfermar. Tomando una cuchara se la lleva a la boca. Pero Rosario objeta a sorberla. Le dice: Mirá, te la hice como a vos te gusta, le puse hierbabuena, le piqué cebolla y tomate. Olé que rica está y le acerca la cuchara a la nariz. Rosario continúa con su negativa a tomar de ella. Y educadamente le responde: No es que quiera despreciarte, debe estar muy rica, pero la verdad, siento que nada me pasa por la garganta y no tengo deseos de tomar o comer algo.
– Pero ¡Así! Te vas a morir. – No creo, yo debí de haber muerto hace tiempo, hace tres años. Y mirá aún sigo viva.
-Las cosas que decís, Dios te va a oír y puede enojarse contigo.
-Yo soy quien estoy enojada con Él, pero aún no se lo he dicho.
– Rosario sé que es muy duro lo que te pasó, pero hacele ganas, hay que seguir adelante. Tenés dos hijos y un marido que también reclaman por vos.
– Josefa duro no, es despiadado, tanto, que se me endureció el alma. Y ya no pienso más en vivir. Perder un hijo no tiene nombre. No hay mucho que te devuelva la alegría.
-No te pelees con Diosito, Él te acompaña y quiere que estés bien.
– Y entonces, ¿Por qué permitió que muriera Anahí? ¿Por qué permitió que viviésemos en tanta pobreza y ella sufriera ese accidente? Jose, la niña no debió morir en esa forma. Apenas había cumplido su añito. Él permitió su muerte. La niña no debió quemarse con el agua que estaba hirviendo en el suelo. Él me la dio para que la amara y luego que yo la amé, me la quitó. ¿No es injusto?
– Eso de la justicia divina no lo puedo contestar, yo solo puedo decirte que: tu vida continúa, la de tu familia también y Anahí, quien era una suave niña debe estar en el cielo. Y podría también sentirse triste de ver cómo su madre se abandonó con su partida.
Unas pocas lágrimas se dejan ver en el rostro lacónico de Rosario. Y Josefa se inclina sobre ella para abrazarla y brindarle consuelo. Pero a ella nada le alivia su corazón y las dos mujeres en el abrazo lloran con lágrimas tenues.
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