El doloroso caso del niño de seis años Yeison Randolfo Chen Sacul, ocurrido en Petén, obliga a que se ponga sobre el tapete una común situación que mantenemos muchas veces bajo el radar y que las autoridades escolares deliberadamente ignoran, lo que se traduce en una especie de carta blanca para que los abusadores puedan acosar con toda impunidad a sus víctimas. Las condiciones en que se produjo el incidente están bajo investigación, pero es del caso advertir que generalmente hay una tendencia a minimizar responsabilidades en situaciones como ésta, no sólo para protección de los que cometen el daño, sino también para supuestamente proteger a las instituciones educativas.
Tanto en el Ministerio de Educación como en la Procuraduría de Derechos Humanos se tramitan anualmente varias denuncias de acoso escolar, conocido popularmente como «bullyng” porque es en los países de habla inglesa donde mayor atención se ha dado al fenómeno, pero los resultados son realmente pobres porque existe, además, un notable subregistro de esos hechos que generan serios daños emocionales a las víctimas que silenciosamente soportan los abusos cotidianos de grupos de auténticos maleantes que se encargan de hacer la vida imposible a algunos de sus compañeros.
En el caso presente el trágico y fatal desenlace de la acción contra un niño indefenso debe generar todas las alertas para que se atienda un problema que ocurre día a día en muchísimos centros escolares donde los llamados a detectar y atajar esos comportamientos son los maestros y las autoridades que, sin embargo, muchas veces terminan apañando los abusos sea para proteger al “buen nombre” de la institución en la que trabajan o por desidia y desinterés, cuando no falta de preparación y capacidad para entender el efecto que esas acciones provocan en quienes las sufren.
Obviamente estamos frente al más grave de los casos no sólo por la muerte de la víctima sino también por la temprana edad de Yeison Randolfo Chen Sacul. Pero hay que entender que el acoso produce efectos muy serios que pueden marcar para toda la vida a sus víctimas y que el ejemplo de los acosadores se va regando entre los niños menores asegurando la continuidad de una práctica deleznable que, finalmente, termina siendo, si no alentada, por lo menos tolerada por los educadores que son los llamados a prevenir ese tipo de abusos.
El acoso escolar tiene que ser puesto en el lugar que le corresponde en cuanto al diseño y manejo de la formación de nuestros niños y adolescentes y es imperativo que se enfrente con realismo y propiedad.