Víctor Ferrigno F.
La falta de lluvia, y el régimen de explotación y desigualdad imperante, afectará a 24 mil 269 productores y las pérdidas de la cosecha de maíz podrían llegar al 70 por ciento en varias de las 201 comunidades estudiadas, para formular el pronóstico de Seguridad Alimentaria para el trimestre de julio a septiembre, elaborado por Oxfam, el Programa Mundial de Alimentos y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación, con información estatal.
El pronóstico ha sido refrendado por la Asociación Nacional de Granos Básicos, que hace visitas y observaciones en todo el país, reportando que en la Costa Sur, en una franja de 12 kilómetros del litoral del Pacífico hacia tierra adentro, las pérdidas llegan entre el 75 y 100 por ciento. Informa, además, que en la Franja Transversal del Norte, si bien en la ribera de los ríos no hubo mermas, en las partes altas las pérdidas alcanzan el 30 por ciento de la producción. En el oriente y El Petén, se perdió un tercio de la producción de granos básicos. Las cifras todavía son preliminares, y podrían empeorar.
Hasta el 10 de agosto pasado, el Estado había localizado 10 mil 363 casos acumulados de desnutrición aguda total (moderada y severa) en niños menores de 5 años, mientras que en agosto del año pasado hubo 8 mil 130 infantes registrados, reportándose un aumento del 24.4%, es decir, un incremento de 2 mil 233 casos de niños en riesgo de muerte, pues no podrían resistir una infección intestinal o pulmonar.
Este año, la desigualdad, la exclusión, la desidia estatal, la corrupción y la falta de alimentos ha provocado la muerte de 21 niños, siete de ellos en Alta Verapaz, otros cinco en Huehuetenango, dos en San Marcos y dos en Petén. En San Pedro Carchá y Panzós, Alta Verapaz, han fallecido dos niños este año. En Jutiapa, Jalapa, Chimaltenango, Izabal y Baja Verapaz se ha registrado un deceso en cada lugar. ¿Acaso no equivale a una masacre?
Todos los años, invariablemente, las familias pobres, particularmente del Corredor Seco, entierran a un niño o a un anciano que murió de hambre, lo cual pudo ser evitado, pues Guatemala tiene suelo y agua para alimentar a toda su población, si no fuésemos una sociedad tan racista, clasista, excluyente e inconmovible.
Nuestra Carta Magna, en su segundo artículo preceptúa que “Es deber del Estado garantizarle a los habitantes de la República la vida […] y el desarrollo integral de la persona”. Nunca antes tal precepto sonó tan demagógico y vacío de contenido. La pobreza y la desnutrición se han incrementado en los dos últimos gobiernos, y a casi nadie le importa que mueran de inanición niños indígenas, pobres y rurales. Son los prescindibles, los nadies, los sin voz, aquellos que nunca tuvieron futuro.
Sus padres, a pesar de deslomarse, nuca tuvieron la oportunidad de acumular los Q3 mil 585.00, para cubrir el costo de la Canasta Básica de Alimentos, en un país donde el 1% de los más ricos perciben lo equivalente al 50% de los habitantes, provocando que en el primer grado de primaria de algunas escuelas indígenas rurales, la desnutrición crónica sea 60 veces mayor que en planteles capitalinos de no indígenas.
Según el estudio de Oxfam “Entre el suelo y el cielo. Radiografía multidimensional de la desigualdad en Guatemala”, las principales causas de la desigualdad son los imaginarios dominantes (racistas y sexistas), el modelo de desarrollo y su estructura económica, y el papel del Estado en la perpetuación de los privilegios de una minoría. Las normas e instituciones se han creado para preservar un sistema de concentración, reproducción y ampliación de riqueza y poder. Sostiene que la captura del Estado por élites legales e ilegales perpetúa esta realidad y evitan reformas.
El hambre es mala consejera, y más temprano que tarde quienes viven en el suelo se alzarán para alcanzar el cielo, y se llevarán por delante a muchos hambreadores.