Alfonso Mata
Indiferencia, abulia, depresión, de todo ello podemos encontrar ante el abstencionismo ciudadano que ronda el 60% ¿qué significa esto? para algunos, el voto lejos de ser el polo de la vida política, viene a ser motivo de polarización social en donde es más que evidente que en todo el proceso electoral y en los asignados hay una falta de representación de grandes grupos.
La pura verdad -decía el otro día un profesor universitario- la mayoría de hombres y mujeres no dependemos del liderazgo de hombres y mujeres públicos y no vemos cómo los temas de que estos hablan y dicen que hacen y van a hacer, pueden cambiar aspectos importantes de nuestra vida. Es pues más que evidente que nuestro sistema democrático es un enfermo crónico.
Nuestros hombres y mujeres en cuestiones políticas son paradójicos. Si bien se han apegado por generaciones a las instituciones políticas y al funcionamiento de la democracia representativa, son poco críticos con ellos, confían poco en ellos, y son sumamente escépticos de su efectividad y es entonces que el mandato y la responsabilidad que otorgan con su voto, no anula la contradicción pero sí hace sentir al votante que lucha por las reformas (aunque lo único que haya movido sea el dedo), y a la par, única forma de sentirse ciudadano.
Los grandes doctores de la política nos han enseñado que la democracia es un conjunto de ideas y de acciones que tiene su origen y parten de la democracia electoral y cuando esto no se da, se dan formas más dispersas de hacer y deshacer en lo público que benefician solo a pocos. Por otro lado, las generaciones jóvenes han aprendido -muy timoratamente en nuestro medio- que esa democracia electoral si no se acompaña de democracia de expresión y de intervención, es como sembrar y ya no regar. El voto no lleva implícita ni la expresión ni la intervención afirman y por eso da lugar a paralelismo políticos y anarquía. La democracia participativa desligada de banderas sindicalistas y partidistas o de grupos, se nota en nuestro medio.
La desafección electoral, puede ser muestra de muchas cosas, pero una es inevitable: la enfermedad del sistema democrático, lo que significa en términos prácticos, falta de representación dentro del Estado de grandes grupos de población. La mayoría de los votantes lo hacen imbuidos en una esperanza, no en un norte conocido.
La desafección electoral, tampoco es cuestión de brechas sociales y económicas, igualmente no votan profesionales, comerciantes, gente educada que gente en otras condiciones.
Lo cierto y ante lo abultado del abstencionismo, primer lugar dentro del proceso electoral, es que se vuelve necesario redefinir las modalidades de participación política y su acto central: la representación política, pues la apatía política no tiene otro significado que el alejamiento voluntario de la escena colectiva a su vez que un abandono de los derechos civiles y ambos impactan en la calidad de vida democrática.