Alfonso Mata
Tengo leído que la cosa más admirable de la locura diplomática norteamericana es ese invento de País Seguro; una amenaza lanzada por un poderoso sobre un débil, recurso que solo se da entre niños por el nivel de razonamiento que lleva y eso sin tocar lo moral. Una increíble y admirable deshumanización que muestra que ya no matan las balas sino acciones que dividen al hombre en categorías en función de utilidad: amos y subalternos, una dictadura sobre una finca en que sólo falta decir “el que quiera migrar ¡fusílenlo!” Pero afortunadamente para el dictador del norte, cristiano, la ejecución de ello recae sobre otros.
Cosa digna también de admirar, es la aparición en pleno siglo XXI de un político aplicando política de hace milenios, que basa su actuar en el argumento de la existencia de un pueblo de sinvergüenzas e ignorantes, a sabiendas de que el que tal cosa dice, es un hombre que se ha caracterizado por ir siempre a la quiebra en trabajo y cumplimientos y cuya moral diaria se basa en que: quien se aparta de la ley es el rey ¡Ave César!, pensé que esto ya había terminado, que las naturalezas obtusas e insensibles eran cosa del pasado y de igual manera que el razonamiento del silencio había concluido: y las iglesias, y las universidades y los organismos internacionales ¿Dónde están y que opinan? Silencio que espanta. Estamos entrando en un nuevo proceso de dictadura mundial. Que eso se dé en países como Guatemala, El Salvador o Honduras quizá no importa tanto, pero que las grandes potencias mundiales se orillen a ello, eso sí que es preocupante, inicio de una guerra de intolerancia como principio de una debacle mundial y nuestro ejemplo demuestra que empieza a imperar y hay que recordar que la historia enseña que si bien las debacles empiezan en las periferias, tarde o temprano caen los centros.
La actuación de nuestros políticos no es de asustar. La historia nos enseña que siempre han tratado de sacar provecho propio de las tonterías de los poderosos y efectivamente lo logran con sólo no exponerse a sufrir el martirio por su patria y en eso también van las élites; ambos con sus egocentrismos alimentados por una ambición de poder y fortunas habidos como sea y acosta de lo que sea, no les importa quien incendie la patria y sus consecuencias, siempre que se pueda conquistar poder y fortuna.
Sin embargo y a pesar de todo ello, la migración continuará. El deseo de superarse es propio de los hombres y apostarle a la posibilidad de estar “más mejor” desafía no solo a los gobiernos y gobernantes sino a la propia muerte, aunque eso desate las desdichas de un pueblo y este tremendo error de diplomacia y política internacional, terminará en colosal desastre ante la dicotomía de que “los pequeños ven más de lo que pueden formular y los grandes formulan más de lo que pueden ver” la naturaleza humana se mueve por rumbos ajenos a la política.