Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Hace mucho tiempo, presumiblemente desde que Descartes inauguró la modernidad y la ilustración celebró la potencia de la razón para crear una religión secularizada, vivimos en un mundo desencantado.  Según la ficción a la que muchos dan crédito, vivimos en una nueva era donde la magia y la superstición son solo recuerdos de un medioevo superado.

Sí, quizá en algunos el escepticismo y el raciocinio se ha apoderado de sus corazones, pero de eso a que seamos más refinados y distintos a un campesino medieval del siglo X hay mucha diferencia.  Me temo que no solo continuamos creando nuestras deidades, sino, además, formando parte de nuevos ejércitos alistados para tomar los lugares santos en una cruzada cruenta.

Si no mire cómo algunos luchan a brazo partido contra lo que han satanizado como “ideologías de género”.  Satán anda suelto y los cruzados en pie de guerra.  Ya oigo a Urbano II en una reiterada prédica: “No os quedéis cobardemente en vuestros hogares con los afectos y sentimientos profanos. Soldados de Dios, no escuchéis nada sino los lamentos de Dios”. Y acto seguido denostar a los enfermos gais que pueblan y corrompen la humanidad.

Pero no solo eso, de repente nos hemos convertido en guardianes de la moralidad pública.  Muy susceptibles, no soportamos la diferencia.  Así, maniqueos, dictaminamos quién es bueno y digno de las llamas del infierno.  Pero ojo, no crea que solo se reduce al microcosmos cristiano, también los habitantes de ciudades muy urbanas y civilizadas son particularmente jueces de la conducta ajena.

En días pasados, por ejemplo, los medios daban cuenta de los abusos de las compañías aéreas que se sienten facultadas para dictaminar sobre los que pueden o no viajar en sus aviones.  ¿Que lleva falda o escote?  “Lo siento, es causa de escándalo, no puede abordar”.  ¿Se emborracha, fuma o dice malas palabras? “Los bolos no pueden volar en nuestros aviones pletóricos de moralidad”.  El diario El País de España hizo un recuento de algunas aerolíneas y sus preceptos.

“Ryanair, por ejemplo, pone negro sobre blanco que se reserva el derecho de expulsar a los pasajeros que hayan fumado o lo hayan intentado en vuelos anteriores (lo que viene a ser una especie de lista negra) o que estén bajo la influencia de alcohol o drogas; KLM e Iberia mencionan estados inducidos por el consumo de medicación que puedan generar ‘incomodidad, peligro o riesgo para sí mismos, otros pasajeros, la tripulación o los bienes’; EasyJet incluye amenazas de bomba y, al igual que Ryanair, se reserva el derecho de cancelar vuelos posteriores que formen parte de la reserva del pasajero expulsado”.

Menos mal vivimos en el siglo XXI y somos civilizados.  Por ventura, como diría Weber, al vivir el desencantamiento del mundo pertenecemos a una sociedad eminentemente intelectualizada.   Ojalá fuera cierto.  Aún con la fuerza de la ciencia y la técnica, los viajes interestelares y los avances de la medicina, no dejamos de ser los mismos feligreses medievales temerosos de las brujas.  Mucho trogloditismo el nuestro.  Da miedo hasta escribirlo.

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