Fernando Mollinedo C.
La criminalidad se apoderó de la violencia y el tráfico de armas, normalizando la puesta en práctica del uso de niños para la realización de sus negocios. Los niños fueron convertidos en banderas, mulas, sicarios y prostitutas. En Guatemala no existen estadísticas de cuántos niños y adolescentes están sirviendo en las filas del crimen organizado.
El reclutamiento de cómo combatientes en los procesos de guerra entre ejércitos irregulares y guerrillas contra las fuerzas armadas es un fenómeno mundial, ya lo describió Homero en La Ilíada cuando hace referencia a niños combatientes durante el asedio a Troya describiendo tal fenómeno como un terreno fértil para que los futuros combatientes adquieran experiencia directa; eso pasó en Guatemala durante la cruenta guerra que se vivió durante más de 36 años.
Desde los inicios de los años noventa el crimen organizado vivió un crecimiento exponencial a partir de la instauración del modelo económico del libre comercio y la globalización, se instaló una nueva industria esclavizante para los niños; la gran explosión en la industria de la producción, traslado y venta de estupefacientes a escala global.
Los niños a los 9 años sirven como banderas, informantes y transportistas de droga; a los 12 años se les encarga la vigilancia de sus casas de seguridad, mientras que a los 16 se les obliga a extorsionar, secuestrar y asesinar. A las niñas se las obliga a empaquetar y transportar drogas e incluso a servir como mujeres, amantes, esclavas u objetos sexuales para los jefes.
En el campo, los niños desde los 6 a 9 años trabajan en la recolección y drenado de la flor de la amapola, que exige un especial cuidado y manejo de manos pequeñas. En Guatemala, México, Colombia, Afganistán y muchos otros países productores de droga sucede lo mismo.
En México, se dice que los cárteles tienen campamentos especialmente diseñados para convertir a los niños y adolescentes en criminales sin posibilidad de retorno a la sociedad, según testigos sin rostro, las premisas son simples: una vez aceptado dentro de la organización, la única manera de salir es muerto.
El grado de deshumanización para con los niños en el área urbana es tan grande en los entrenamientos con el manejo de todo tipo de armas, diseño de rutas de entrada y salida de situaciones de combate entre las mismas pandillas y sus pandillas rivales, asaltos a casas, emboscadas y la disolución de cuerpos; es decir, que la premisa utilizada por los delincuentes es que al no existir un cuerpo, entonces no hay delito que perseguir o bien, que por ser menores de edad son inimputables de delitos y serían remitidos a instituciones de rehabilitación.
Parte del entrenamiento es obligarlos a comer carne de sus víctimas para hacerles inmunes ante cualquier emocionalidad que pudiera surgir durante sus actos criminales. El Estado de Guatemala con sus sempiternas carencias presupuestarias encuentra difícil combatir la participación de menores en los actos criminales; pues no existen suficientes ni capacitadas instituciones que puedan darle un tratamiento a este sector poblacional.