Raúl Molina
Los sectores poderosos –la presencia estadounidense en el país, el CACIF, el sistema político controlado por el Pacto de Corrupción, los oficiales del ejército y los capos del crimen organizado– tratan de garantizar que nada cambie en el país. Se esfuerzan por preservar el Estado vigente, fallido para las grandes mayorías pero eficaz para sus intereses espurios. Le apuestan a una elección el 11 de agosto entre Sandra Torres y Alejandro Giammattei, ambos corresponsables del descalabro y la corrupción del gobierno de Jimmy. Invertirán más recursos a favor del segundo, incluyendo falsas encuestas; pero saben que de ganar la primera sus intereses serán igualmente preservados. Ante el fraude electoral concluido el 16 de junio, claman que se debe respetar la “institucionalidad”, mientras que el gobierno la pisotea a diario, como hizo con los Pampa III y el intento de acuerdo de “Tercer País Seguro”. Manipulan a la ciudadanía con el petate del muerto del golpe de Estado y trasladan la imagen, con “analistas políticos”, de que el voto nulo no sirve para nada. El problema es que, una vez más, la clase media cae en la trampa, como hizo con el Partido Patriota, y sin aprender la lección, con el FCN-Nación.
No es nuevo, los sectores poderosos han venido manipulando a las capas medias desde 1954, cuando, con el fantasma del comunismo, cercenaron la “Primavera Democrática”. La Embajada de Estados Unidos, con claras instrucciones de Washington, los ricos y las empresas, extranjeras y locales, y oficiales militares contrarrevolucionarios se aliaron al Arzobispo Rossell para convencer a la ingenua clase media de que Guatemala estaba en peligro de perder su tradición católica. Inventaron un “movimiento de liberación nacional”, con una emisora clandestina supuestamente en la montaña; no eran más que mercenarios organizados por la CIA y entrenados por las dictaduras cercanas, con la emisora en Miami y después en la Embajada en Guatemala. Varios años después, el libro “Fruta Amarga” develó la “Operación Éxito”, elaborada y ejecutada por la CIA con respaldo total de Estados Unidos y la Compañía Frutera, que derrocó al gobierno de Jacobo Árbenz. En los años siguientes a esta intervención directa, se machacó constantemente, mediante la “guerra psicológica”, que Guatemala había sido salvada del comunismo y que llegaríamos a ser una democracia ejemplar y lograr el desarrollo que nunca llegó. Hubo elecciones, sí, pero democracia, nunca, con fraudes electorales semejantes a los de ahora. Sectores de la clase media aún se creen el cuento de la defensa del país frente a la amenaza castro-comunista, invento de la Doctrina de Seguridad Nacional. La clase media tiene la obligación de despertar de su letargo. Le han tomado el pelo por mucho tiempo y está próxima a perder su dignidad. Es la que puede abanderar el voto nulo –no en blanco, que no vale– y obligar a repetir las elecciones de binomio presidencial, ya sea que los votos nulos lleguen a la mitad más uno de los votos válidos o que su número sea tal que ni Sandra ni Giammattei alcancen la mayoría absoluta. Se trata de una revolución pacífica y silenciosa; pero efectiva.