Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82
Si algo ha faltado en este proceso es resaltar el valor que tienen aquellos que han luchado y siguen luchando por construir una Guatemala mejor. Muchas veces vemos sus caras en los medios o nos hemos enterado de su trabajo por lo que se comunica, pero poco o nada se dice de lo que tienen que enfrentar por hacer lo correcto.
Desde seguimientos, intimidaciones, amenazas, drones volando encima de las casas, la necesidad de usar carros blindados, alternación de hábitos y sacrificio de la privacidad en función de la seguridad, salidas forzadas del país para resguardar la vida y un largo etcétera, es una parte del menú que han tenido que enfrentar.
Eso sin contar los mensajes, que en ocasiones muy sutiles y hasta con una sonrisa, hacen llegar los patrones del mal a lo que se debe sumar el cerco económico y financiero que le pretenden crear a algunos porque como dicen, “atrévete a desafiarnos, no volverás a conseguir trabajo en Guatemala para seguir haciendo lo que haces”. En muchas ocasiones tratan de dejar la puerta abierta para que a quien se decida pasar a su bando se le abren las puertas.
Pero como sociedad hemos cometido el error de no valorar eso en su justa dimensión y digo justa porque creo que algunos lo entienden pero no lo ponen en la perspectiva correcta. Detrás de un luchador hay una familia que sufre las consecuencias y le toca vivir los embates de manera directa, aunque no le toque directamente librar las batallas.
Siempre está la opción de la acción violenta, pero en estos dorados tiempos muchos han recurrido a las medidas que hagan a los luchadores centrarse en temas que a la vez los hagan desconcentrarse de su trabajo. He hablado con muchos servidores que me comentan que casi a diario deben hablar con la familia para decirle que todo está bien y para explicarle porqué, si claudican, dejan que los malos ganen la batalla.
Dios quiere mártires y no babosos decía mi bisabuelo, pero por eso es que es necesario que desde la sociedad se valoren más y mejor esos esfuerzos. Mucha gente dice, “pero la verdad es que es su chance”, “son gajes del oficio” y “sabían a qué se metían desde antes”. Y tienen razón, pero en un sistema en el que es más fácil y quizá hasta se acepta a veces mejor al que lo hace mal, el buen actuar debe ser reconocido y aplaudido.
E insisto que se le debe dar el mérito, otorgar el reconocimiento y en especial dar el acompañamiento, porque el riesgo de esta soledad en que se deja a los buenos en muchas ocasiones puede provocar que cada vez haya más gente que piense dos veces si vale la pena seguir luchando por las causas correctas o si será mejor bajar la cabeza y buscar nuevos horizontes alejados de las olas.
Y esto es para los que se la han jugado y conocemos su trabajo por los medios, al igual que aquellos que de manera anónima y en silencio enfrentan los embates del deber bien hecho y del trabajo recto y honrado que muy frecuentemente es poco reconocido. Cuando se plantea el dilema de actuar correcto y poner en riesgo el pan de cada día, es cuando se muestran los valores de verdad y he visto de primera mano ejemplos que duran toda una vida porque actúan correctamente.
Falta mucho por hacer, pero valgan estas líneas para expresar mi enorme agradecimiento a aquellos que se han entregado, se entregan y se seguirán comprometiendo con la causa de un mejor país.