Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Proverbial ha sido en nuestra historia la sangre de horchata que mostramos los guatemaltecos y que nos acomoda ante las adversidades. Aguantamos sin chistar las prolongadas dictaduras de Carrera, Barrios, Estrada Cabrera y Ubico, además de las que mediante fraudes electorales se extendieron del 70 al 82 del siglo pasado y ahora nos hemos sometido, sin chistar, a esta nueva dictadura que ejerce la corrupción convertida en monstruo de mil cabezas que no sólo ha empobrecido al país sino que ha generado tanta desgracia como para forzar a la mayor ola migratoria, porque la gente se agobia ante la falta de oportunidades y convencida de que aquí nada va a cambiar, emprende la ruta hacia el Norte como única salida y esperanza.
En esta coyuntura electoral vimos cómo desde la inscripción de candidatos nos hicieron mano de mono y la indiferencia ciudadana fue total, corroborada con la asistencia a las urnas a sabiendas de que el sistema se había acomodado para perpetuar el poder para los mismos de siempre y asegurar que la vieja política no sufriera nuevos sobresaltos. Se alegó fraude y se encendieron las redes sociales, pero cuando el TSE oficializó el resultado todo mundo calló dando por bueno lo que hicieron los magistrados. Si hubieran anulado las elecciones y las repiten sin ningún cambio importante, seguramente que la gente asistiría a las urnas para volver a participar en esa “fiesta cívica” aunque en el fuero interno de cada quien estuviera claro que aquí no cambia nada.
Hoy estamos viendo un negocio descarado que realiza esa Dictadura de la Corrupción que ya perdió hasta las formas y actúa con la mayor desfachatez posible y fuera de las reacciones en los medios condenando el cínico proceder, la sociedad sigue su vida normal sin ningún sobresalto ni indignación porque, al fin y al cabo, ya hemos dado por sentado que así es y deberá ser por siempre esta nuestra pobre Guatemala.
Siempre he dicho que los políticos y sus socios llegan hasta donde la ciudadanía les permita llegar y en el caso nuestro esa ruta es infinita porque la paciencia de nuestra gente es en verdad proverbial. Nos roban descaradamente y no sólo no protestamos sino que con nuestro silencio estamos avalando y dando por bueno lo que hacen los pícaros. Sabemos que el sistema electoral no cambió para fortalecer la democracia, pero como borregos se va a depositar el sufragio en la urna tras quebrarse la cabeza, no para decidir quién es mejor, sino simplemente para establecer quién es el menos peor de todos los que se ofrecen.
Se habla mucho del valor de la Plaza del 2015, pero entendiendo la enorme dimensión de la corrupción y el tremendo daño que le hace al país, realmente fue una insignificante cantidad de personas la que acudió a expresar su indignación y, lo peor de todo, esa indignación desapareció cuando se hizo evidente que no eran sólo los políticos los pícaros, sino que la poderosa élite también era parte de la jugada y supo mover sus piezas para despotricar y desprestigiar la lucha contra la corrupción.
El país va como el cangrejo, pero la culpa no es de los políticos y sus socios en la corrupción, sino de un pueblo que conociendo la realidad se acomoda a seguir con su rutina diaria.