Arlena D. Cifuentes Oliva
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El 16 de junio quedará en nuestra memoria como el día de las votaciones en donde el gran ganador ha sido el abstencionismo que tiene su razón de ser en la desconfianza, frustración y desesperanza de la población fundamentadas en los últimos dos gobiernos por haberse hecho más evidente: la falta de escrúpulos, de sensibilidad e indiferencia hacia los más desprotegidos traducida en el asesinato deliberado al que condenan a miles de nuestros hermanos a través del hambre, la ignorancia, muerte física por desnutrición y muerte al desarrollo cognitivo, vedándoles su derecho a pensar y a discernir, hundiéndonos en el pantano en el que hemos caído.

Justo es reconocer que todos los gobiernos que antecedieron al de Otto Pérez hicieron de las suyas, pero como una característica muy nuestra preferimos hacernos de la vista gorda y dejar pasar –laissez faire laissez passer– lo que ante nuestras narices era cada vez más evidente, sin escrúpulos hasta llegar a la crisis de 2015, habiendo creído que las protestas en la plaza eran suficientes.

Las condiciones para el triunfo de Sandra Torres fueron propiciándose, para ello se puso en marcha un proceso de cooptación de las instituciones del Estado quitando del camino todo aquello que podía considerarse un estorbo que impidiera dejar en firme su candidatura. Son las acciones y decisiones deliberadas que se toman al interior de las Cortes las que consolidan y avalan la inscripción de la señora Torres como candidata a la Presidencia. Hay que resaltar también la ambivalencia y tibieza en el actuar del Tribunal Electoral –lo de Supremo nos lo debe– así como, las reformas realizadas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos por el Congreso con el fin del propio beneficio.

Ahora bien, debemos reconocer que la mayor responsabilidad nos corresponde; por un lado, a esa porción de la población que integra la sociedad civil organizada y que hace bulla cada vez que le conviene para llevar agua a su molino, sobre todo cuando eso sirve para quedar bien con las contrapartes que son quienes les financian. Por el otro lado, usted y yo, como parte de la sociedad guatemalteca, quienes permanecimos pasivos sabiendo que las Cortes no cumplen con su objetivo fundamental como lo es la aplicación de la Ley de manera imparcial a lo cual no dijimos ni pío. Hoy estamos con caras largas y preocupados, preguntándonos ¿Qué será de nuestro país? ¿Hacia dónde vamos? Echar culpas y cacareos no nos sirve de nada; así como el señalar y buscar culpables; abogamos por derechos pero no hablamos de obligaciones o de responsabilidades; esto es parte de nuestra idiosincrasia. Decidamos, o nos convertimos en agentes de cambio o continuamos como espectadores.

Guatemala se terminará de hundir si no reaccionamos, si no asumimos, si no corregimos lo que está mal, empezando por nosotros mismos. Los católicos y los evangélicos tenemos una enorme fuerza interior que nos da el Espíritu Santo, echemos mano de esa fuerza para corregir el camino mal andado.

El 11 de agosto definiremos quién asumirá el Gobierno por los siguientes cuatro años; sin embargo, considero que es nuestra responsabilidad escoger dentro de lo malo, lo mejor con el conocimiento pleno de lo que ello implica.

Si Alejandro Giammattei es el ungido, debemos ser conscientes de que llegará aún más condicionado producto de las alianzas y negociaciones que seguramente tendrá que aceptar. Esto nos obliga a dejar nuestros hábitos de comodidad e iniciar la construcción de la ciudadanía que hoy se mal interpreta como sinónimo de un ejercicio del voto cada cuatro años. La patria demanda de nosotros cambiar nuestros viejos hábitos por unos nuevos: fiscalizar a las autoridades es nuestra responsabilidad; así como entender de una vez por todas que somos corresponsables de lo que suceda en nuestro país. Dios bendiga Guatemala.

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