Mario Alberto Carrera -1-
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Guatemala es un país donde el delirio de persecución (porque usted se sienta perseguido o porque usted sea un perseguidor como los mejores ejemplares de la Inquisición Española de los siglos XVI y XVII) es la patología, o más bien trastorno mental, (si nos remontamos a la Psiquiatría) de la que todos somos pacientes ignorantes de la gravedad de nuestro padecer.
Guatemala es un país de enfermos mentales (aunque usted crea que estoy denostando y agraviando al país, al Estado –paria– y a sus “sanos ciudadanos”). No es así. Cuando uno es capaz de asociar y poner en íntima articulación a la Ciencia Política con la Psicología o, peor o mejor aún, con la Psiquiatría, podremos darnos cuenta de que nos ha tocado nacer y vivir en uno de los países con más capacidad de persecución (carente de un Estado de Derecho y del famoso debido proceso) más patológicos del mundo. Debido a ello y trasladándonos a otros ámbitos del quehacer humano, es en Guatemala donde se vivió y escribió la novela El Señor Presidente donde la “persecución penal” a ultranza pero ejercida desde el poder absoluto –del autócrata– mantenía en vilo a todos los habitantes de este pequeño territorio, pero gigantesco escenario donde se dan las perversiones más grandes, relativamente hablando, si lo parangonamos con otros de enormes dimensiones.
En Guatemala ha ocurrido algo singular –monstruosamente singular– y que -en ella, la inmutable- es como si el tiempo no transcurriera. Como si la historia se hubiera quedado paralizada de las vetustas ruinas antigüeñas (con el Dean turbulento) y como si los que una vez ostentaron el poder colonial creen –más que Felipe VI, que ya es un rey constitucional– que es el Eterno (como dice una pobre señora que se cree periodista) quien con Israel, los Estados Unidos y los encomenderos, están seguros que determinadas “las familias” siguen siendo las propietarias de los repartimientos u encomiendas hasta que San Juan baje el dedo. O hasta que doña Thelma Cabrera les diga ¡basta!, aunque no la creo tan de armas tomar como José Mujica o Evo Morales.
Lo cierto es que per secula seculorum y como maldita herencia del racismo y los “linajes” establecidos en Guatemala de un modo tan tenaz y abigarrado desde que De Alvarado holló las tierras guatemaltecas, el método, procedimiento, técnica, artimaña, treta o tejemaneje que se impone –como cosa natural– en este país cuando algún osado se atreve a desafiar al Poder del Gran Señor, que es la oligarquía protegida, defendida y respaldada (por los Ciacs) y por el Ejército, lo que de inmediato se invoca cual satánica fórmula mágica -para dirimir el diferendo- en el señor nigérrimo cerebro de la alta burguesía empresarial y rural, es: ¡a ese o esa hay que darle agua, hay que quebrárselo! Aquí el resobado principio del debido proceso, de que estamos en un Estado de Derecho y de que ante todo hay que respetar la presunción de inocencia, son jergas que los opresores ponen en marcha contra los oprimidos.
Y esto es otra vez lo que hemos vivido a lo largo del proceso ominoso a que ha sido sometida Thelma Aldana, la exfiscal general, y no digamos su compañero de fórmula (en la persecución penal) Iván Velásquez. Los dos premios Wola y los dos Premios Nobel Alternativo. Pero estos dos últimos méritos, son tortas y pan pintado para las derechas guatemaltecas, acostumbradas a desaparecer y matar en las cárceles, a secuestrar o deshacer cadáveres sin que quede rastro, a obligar a la gente a que se vaya o se mantenga en el exilio y a sostenerse en la cuerda floja del terror a todo los guatemaltecos de a pie.
Continúo el próximo lunes 11.