Eduardo Blandón
La era digital ha puesto de manifiesto, entre tantas cosas, la producción de basura con la que inundamos el mundo y la fragilidad humana de su consumo. No somos peor que nuestros antepasados, pero sí quizá más propensos a los deslices como consecuencia del acceso a un universo de bienes al alcance de la mano.
Pongamos por ejemplo el cine. Creo que nunca ha habido tanta oportunidad como hoy de ver y degustar mucha diversidad cinematográfica. El acceso fácil a las cámaras, las plataformas y las tecnologías ha facilitado la creación de propuestas que no siempre tienen un resultado apegado al arte bello. El resultado está a la vista, propuestas mediocres, ramplonas y de fácil consumo para un público poco exigente, habituado a la comida chatarra cultural.
El mismo discurso cabe para el ámbito literario. Escribir y publicar ya no es facultad de unos pocos genios tocados por las musas. Hoy se abren blogs, se multiplican las empresas editoriales alternativas y las organizaciones literarias ofrecen apoyos para la edición de textos. Quien no quiere publicar es porque no quiere. Infortunadamente, como en el cine, se produce mucha basura en un río de tinta derramada impunemente.
La lista puede continuar, la pintura, la escultura, el performance, la música, la fotografía, la danza, el teatro y un etcétera que dejo a su libre elección y creatividad. Hay una especie de perversión en las propuestas artísticas derivada a veces de la poca formación de los creadores, pero, sobre todo, creo, de la facilidad de las plataformas digitales que permiten muchas de las aventuras poco ingeniosas.
Por fortuna, y esto es parte de la decadencia a la que me refiero, hay mucha gente dispuesta a consumir la basura pululante del pseudo arte. Personas conectadas a Netflix, por ejemplo, consumiendo las series fáciles (con la misma fórmula ramplona) de sus productores. Jóvenes vagando por la red, haciendo escala en YouTube entreteniéndose con las chabacanerías de los youtubers en su afán por conseguir “like” para generar ingresos. Es una historia sin fin.
Sin olvidar, evidentemente, las propuestas de los Instagramer que inundan la red con memes y ocurrencias poco afortunadas en la que muchos jóvenes (y adultos también) quedan enganchados. Propagando no solo la mediocridad, sino impidiendo el desarrollo de un paladar más sofisticado entre las jóvenes generaciones que crecen a menudo en países con mucha (y poca) abundancia económica.
En consecuencia, la irrupción de la tecnología ha producido lo mejor y lo peor de la humanidad. Expresa esa tendencia humana fácilmente satisfecha, perezosa y superficial. La exquisitez no ha sido moneda corriente entre los homínidos. ¿Hay novedad en ello? No. Lo sorprendente quizá sea cómo el desarrollo de la tecnología ha permitido mostrar al desnudo y con desparpajo ese prurito muy nuestro a la coprofilia. ¿No le parece lamentable?