Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Poca gente tan servicial y correcta en su trato como Federico Moreno Hernández, el muy querido Lico Moreno, quien tenía un natural afán de servir a quien pudiera tanto en sus labores en la iniciativa privada como en el desempeño de funciones públicas a las que llegó por esa vocación de ser útil. Dedicado y trabajador, se esmeraba en proyectarse a los demás con entusiasmo y energía que le hicieron ganar numerosas amistades y cariños.

A Lico lo conocí hace más de cuarenta años cuando empezó a enamorar a mi prima Rita Toledo Godoy que años antes había quedado viuda tras el accidente mortal de su primer esposo, Miguel Portabella, quien nunca llegó a enterarse de que Rita estaba embarazada con la hija de ambos, María Marcé, y entre todos los amigos de aquel tiempo siempre se decía que Lico estaba tan enamorado de Rita como de su pequeña hija. Poco tiempo después contrajeron matrimonio iniciando una maravillosa familia que hoy lamenta y sufre por la muerte de este tan querido amigo.

Lico fue siempre un atleta destacado y llevó una de las vidas más sanas que uno pueda imaginar. La afición a los deportes, entre ellos el tenis y las carreras de larga distancia le hacían cuidarse constantemente y durante prácticamente toda su vida. Hasta que empezaron a manifestarse los primeros síntomas de un agresivo mal de Parkinson que inicialmente se limitaba a la molesta tembladera pero que poco a poco fue haciendo mella en su salud general.

Increíble que una persona tan sana, que se cuidó siempre sin ningún tipo de excesos, tuviera que terminar afectado por esa enfermedad que es realmente devastadora. Entre los amigos de juventud casi todos parrandeábamos y eran cotidianas las bromas que le hacíamos a Lico porque siempre encontraba alguna excusa para no tomarse un trago o para no desvelarse más de la cuenta, pero él seguía sin inmutarse, fiel a su decisión.

Con el tiempo llegó a ser Concejal de la Municipalidad de Guatemala al participar en mi planilla y allí principió su dedicación al servicio público, habiéndose desempeñado posteriormente como viceministro de Comunicaciones y Obras Púbicas y luego como responsable de los programas públicos de vivienda, dando ejemplo en todos los casos de probidad poco común en un país como el nuestro donde el desempeño de un cargo político muchas veces se marca por el enriquecimiento ilícito. Lico, pese a haber trabajado para algunos funcionarios muy astutos para los negocios no sólo no se enriqueció sino que dejó de percibir lo que ganaba en el sector privado y eso le pasó factura en los meses finales de su vida.

Realmente fue de esas personas que dejan una huella importante que no sólo es ejemplo para sus descendientes sino también para quienes fuimos sus amigos cercanos y quienes sentimos ahora su ausencia definitiva. Pero especial mención debo hacer de la forma en que Rita se dedicó a cuidarlo durante su muy larga enfermedad junto a sus hijos que hoy lloran inconsolables la muerte de ese hombre tan sano pero que, como cruel paradoja, terminó afectado por uno de los males más destructores que pueda uno imaginar. Descansá en paz, querido y entrañable amigo.

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