Luis Enrique Pérez

lepereze@gmail.com

Nació el 3 de junio de 1946. Ha sido profesor universitario de filosofía, y columnista de varios periódicos de Guatemala, en los cuales ha publicado por lo menos 3,500 artículos sobre economía, política, derecho, historia, ciencia y filosofía. En 1995 impartió la lección inaugural de la Universidad Francisco Marroquín.

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Luis Enrique Pérez

Defino dos clases de políticos. La primera está constituida por los inmediatistas aciagos. Ellos prometen beneficios económicos inmediatos que están destinados a ser cuantiosos maleficios mediatos. Son beneficios inmediatos porque se logran en el tiempo más próximo al presente. Defino dos subclases de estos políticos: los perversos, que saben que provocarán aquellos maleficios mediatos; y los ignorantes, que no lo saben. Estos políticos pueden ocultar su perversidad como si fuese un vicio, o exhibir su ignorancia como si fuese una virtud.

La segunda clase está constituida por los mediatistas atinados. Ellos se proponen lograr beneficios económicos mediatos que están destinados a ser mayores que los inmediatos. Son beneficios mediatos porque se obtienen en el tiempo menos próximo al presente, y resultan de un proceso de abstención de un efímero e ilusorio bienestar presente, con el fin de lograr un mayor bienestar futuro permanente y real. Defino dos subclases de estos políticos: los cautelosos, que eluden advertir sobre el costo del beneficio mediato; y los audaces, que anuncian ese costo. En Alemania, hacia finales de la década del año 1940, Ludwig Erhard fue un mediatista atinado audaz. Su éxito político fue extraordinario.

Un inmediatista aciago, por ejemplo, con el fin de detener el aumento del costo de vida, impone precios máximos de los bienes popularmente consumidos. Si esa imposición es eficaz, esos bienes no serán más caros, y habrá un beneficio inmediato. Sin embargo, obligar a vender barato no es obligar a producir más. Entonces surge la escasez, y los consumidores tienen que pagar precios más altos que aquellos que hubiesen tenido que pagar si no hubiesen sido impuestos precios máximos.

Empero, un mediatista atinado sabe que un incremento de la cantidad de dinero tiende a reducir el poder adquisitivo del dinero, hasta un grado tan absurdo como ocurrió en Hungría durante los años 1945 y 1946. Y sabe, por consiguiente, que tal incremento es causa del aumento del costo de vida. Y con aquel mismo fin, aunque no genere un mayor beneficio inmediato, evitará que aumente la cantidad de dinero; y para que no aumente impondrá una drástica disciplina de emisión de dinero oficial, y propiciará la libertad monetaria de modo que las clases de moneda compitan por conservar su poder adquisitivo, y sea elegida aquella que más conserve ese poder, o aquella que se devalúe menos. El beneficio, por supuesto, no es inmediato. Es mediato porque el cese de la intoxicación del mercado monetario causada por la excesiva cantidad de dinero, obra de la licenciosa autoridad gubernamental, es gradual y puede requerir varios años.

El éxito político es finalmente éxito de los políticos mediatistas atinados. Ellos están dispuestos a propiciar un proceso que crea riqueza real y permanente, y no una riqueza ilusoria y efímera que pretende surgir, con seductora inmediatez, de mágicos decretos gubernamentales, conexos con cenagoso populismo o con pantanosa demagogia, y hasta con lujosa estupidez. Ese proceso es equivalente a invertir en capital para obtener beneficios futuros superiores a los presentes. Los mediatistas atinados son precisamente los capitalistas de la política.

Post scriptum. Actualmente Venezuela brinda un ejemplo de la obra catastrófica del político inmediatista aciago: uno de los países petroleros más ricos del mundo es, ahora, uno de los más pobres. Probablemente el más pobre de los guatemaltecos, aunque fuere también el más imbécil, no querría emigrar a Venezuela.

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