Juan José Narciso Chúa
En medio de una alegre reunión de reencuentro con compañeros de maestría recibo una llamada de mi hermano Romeo Carías, para contarme que El Seco Ortega, había fallecido. El golpe fue terrible, ya resultó imposible retomar el tono alegre del evento, en pocos minutos salí de vuelta para poder asistir a su funeral.
César Ortega era su nombre, pero todo el mundo, desde muy pequeño lo llamábamos El Seco, por su estructura ósea, pues era longilíneo ya para aquellos años, cuando recién habíamos llegado a San Rafael. Buena parte de mi vida de soltero coincidió con El Seco, aunque en aquellos años aquél se mantenía con otros dos amigos Rony, El Sapo, Requena y Jorge Luis, Jicho, Asturias, este trío además de caminar juntos por la vida, construyeron una gran amistad aparejada a un montón de travesuras y anécdotas. No los olvido cuando reparaban entre los tres un viejito BMW corinto, con el cual se movilizaban permanentemente.
El Seco era de aquellas personas que podía mantener una plática cordial con cualquier persona, incluso con personas mayores, pues era un agradable platicador. Una vez, el papá de Rony Requena, a quien le llamaban Don Chicho, lo invitó a unos tragos, pero la tertulia se prolongó agradablemente, junto a unos ajos en escabeche como “bocas”, hasta que se agotaron el frasco de los mismos y concluyeron los tragos. Al otro día me lo encontré “golpeado” por la resaca, pero lo peor, me decía, era el insoportable olor a ajo que despedía, que era tal que sus hermanos tuvieron que salir del cuarto y en la mañana la mamá le pidió que se bañara y saliera de la casa.
Con El Seco tengo una anécdota que quería compartírsela cuando se publicara, pues la tengo preparada para la Sección Cultural de La Hora, pero ya no dio tiempo de hacerlo. Una vez me llamó un tanto preocupado –había pasado buen tiempo sin vernos–, y ante su misterio, le pregunté qué le pasaba y me dijo: “…sabés te llamé, porque te soñé anoche y quería saber si estabas bien”, ante lo cual le agradecía su preocupación, así como nos carcajeamos con la charada, e igualmente hicimos la promesa de juntarnos.
Vino otra llamada después, esta vez El Seco estaba con sus tragos, preso de la nostalgia por los amigos y me dijo, quería saber ¿cómo estabas?, platicamos largamente y nuevamente la promesa de reunirnos. Sin embargo, la nota jocosa de la llamada fue que me preguntó por Romeo Carías, nuestro común amigo –ciertamente, El Seco bautizó con el mote de La Ardilla a Romeo–, le conté que aquél estaba bien, y él agregó: “…fíjate que me lo encontré y le dije que yo viajaba mucho a la Costa Sur, ante lo cual me pidió unos árboles y se los traje, pero hasta la fecha no los ha ido a recoger y ahora hasta frutos han dado…” y reímos jocosamente. Cabalmente, parte de la llamada de Romeo fue recordar lo del bautizo del apodo y de estos árboles.
Otra vez, El Seco nos invitó a un churrasco a su casa, allá en San Rafael II, ante lo cual Tono Queso Donis, dijo que él llevaba la carne, llegamos ahí Romeo, mi hermano Luis, Tono Queso, El Seco y yo, fue una agradable vendimia, cuando llegó la hora de preparar la cena, Tono sacó, ante nuestra mirada de sorpresa, un par de pedacitos de carne, ¡¡¡para cinco comensales!!!, igual ante la jodedera y los reclamos jocosos a Tono, nos devoramos la carne, incluso uno de los pedazos tenía un hueso. El Seco, ante la inminencia de nuestra partida, dijo: “aquí no se va nadie”, echó llave en la puerta y tiró la llave a la calle, como el hambre apretaba todos empezamos a chupar el huesito de la carne, mientras por la ventanita de la puerta le gritábamos a las personas que nos alcanzaran la llave, pero se asustaban y se iban hasta que una persona nos la recogió y pudimos salir.
Seco, muchas anécdotas se juntaron en nuestras vidas, muchas vivencias en común, todavía te veo bailando con Rony Who´ll stop the rain de Creedence, recordando a Lavarreda y ni hablar cuando hiciste tu mejor ejecutoria de baile con Los ríos de Babilonia de Boney M, una postal inolvidable que quienes estuvimos ahí no olvidaremos. Me duele mucho que no te volví a ver, sino hasta tu funeral y saber de vos de boca de Judith, La Negra, tu compañera de vida y de David, tu hijo, ahí pude conocer a tus hijas. Descansá en paz querido César, hasta siempre Seco.