Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata
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Estamos de vuelta a la “normalidad”, tanto en el ámbito privado como público. La Semana Santa dio un espacio de convivencia social que pudo ser aprovechado para alimentar nuestra espiritualidad, sea en su dimensión religiosa o afectivo/familiar. Pero también proporcionó unos días de bajas revoluciones en la dinámica político electoral en la que estamos inmersos. Regresamos a esa normalidad con “las pilas cargadas” en nuestras vidas personales y, en el ámbito público, con escasos 52 días para las elecciones generales.

El retorno es complejo. A nivel privado habrá que ver qué tanto enflaquecimos nuestras carteras y engordamos nuestras tarjetas de crédito. Estoy hablando de las clases medias, por supuesto, porque la población en general ni sueña con tener estos problemas, los que afrontan están relacionados con la sobrevivencia cotidiana.

En el ámbito nacional, el tema de la coyuntura son las elecciones. Cada vez se complica más la actual campaña electoral. Sin duda es de las más controversiales de la historia contemporánea.

Pareciera una novela de no ficción. Quienes encabezan las encuestas son todas mujeres, en un país con altos niveles de machismo. La participación de las tres no está segura. Incluso una tiene orden de captura y está fuera del país. Las cortes, particularmente la de Constitucionalidad, definirán la controversia. Ella tiene en sus manos las decisiones que deberían corresponder, en una democracia, a los ciudadanos. El litigio judicial sustituyó a la política. Hay candidatos para llenar cartones de lotería, siendo la mayoría de ellos perfectos desconocidos para la población. Y recientemente se hizo evidente una problemática por todos conocida, la narcopolítica. Si el financiamiento privado de la política es tan perverso porque posibilita que los políticos se comprometan con los intereses de los financistas, el proveniente del narcotráfico y el crimen organizado es dramático en términos de los compromisos criminales que asumen los políticos. La detención en Estados Unidos del candidato presidencial de la UCN no podemos ingenuamente pensar que es casual. El mensaje está claro: el narco está presente en la política guatemalteca. La opinión pública está centrada en el seguimiento a estos fenómenos telenovelescos: si ya está inscrita tal candidata, si lo logrará, esos son los contenidos predominantes. Nadie se preocupa de los planteamientos programáticos, si es que existen.

En términos estratégicos, la gran pregunta es cómo quedará la democracia con esta campaña electoral. ¿Se fortalecerá porque la discusión jurídica fue predominante y se ha discutido sobre la legalidad de las candidaturas? ¿Será un episodio positivo porque más pluralismo no puede haber, ya que compiten opciones para todos los gustos (izquierdas y derechas de todos los matices)? ¿Se apreciará la cortedad de la campaña y la afortunada limitación de la aberrante publicidad que solía haber en anteriores procesos electorales?

¿O será que la esencia de la democracia se invisibiliza porque las cortes deciden y los contenidos programáticos son inexistentes? ¿Se tomará conciencia sobre la necesidad de enfrentar la narcopolítica?

Con esa panorámica, esas incertidumbres y esos riesgos volvemos a la realidad.

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