Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Muchas cosas feas han ocurrido en las últimas semanas, entre la que destaca quizá, la muerte de 290 personas y 500 heridos en Sri Lanka, a causa de diversos atentados terroristas.  Hecho que muestra el desprecio a la vida cuando rigen criterios ideológicos o el absurdo de situaciones aparentemente irresolubles.

Y no deja de ser contrastante que los episodios de odio ocurran al celebrarse la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo en plena celebración del mundo occidental.  Dejando establecido con claridad que el mensaje evangélico, más allá del espacio puntual de ese país asiático, no ha cuajado a más de dos mil años de distancia. Porque, siendo honestos, no somos mejores -ni peores- que los ciudadanos de otras latitudes.

Una pena redonda porque la doctrina predicada por Jesucristo contiene un mensaje humanizador y absolutamente salvífico.  En esa dirección, comparto el sentimiento Kierkegaardiano, para el que la doctrina del Salvador trasciende cualquier especulación filosófica al tener por objetivo la experiencia de vida que llama, por ejemplo, a amar sin reticencia, contra toda prueba y a toda costa, al prójimo.

Es justamente lo que nos recuerda el Papa Francisco en su reciente Exhortación Apostólica postsinodal titulada “Christus vivit”.  En ella, su Santidad invita a los jóvenes, con un lenguaje sencillo, a vivir un estilo de vida diferente.  Se trataría de experimentar el gozo de sentirse herederos de un mensaje totalmente contrario a los patrones que impone la vida moderna. Es justamente esa “metanoia” o cambio de mentalidad que exige, sin embargo, el compromiso -sin vivir separados o en guetos-, de influir en las estructuras sociales.

Situación que no ocurre, infortunadamente, porque al no vivir con profundidad el mensaje evangélico, lo caricaturizamos en nuestras acciones.  De ese modo, hemos esclerotizado nuestro cristianismo, obsesionándonos, como lo señala el mismo Pontífice, en temas que carecen de valor (sin restarles importancia, claro está).  Así, por ejemplo, insistimos más en temas relacionados con lo doctrinal, que en el compromiso social y, quizá más aún, en la vivencia de una espiritualidad que nos permita un cristianismo auténtico.

Por eso tiene sentido las atrocidades que ocurren en distintas partes del mundo al vivir según una lógica de egoísmo y muerte.  Y no me refiero a que debamos imponer creencias.  Me parece que hay en cada cultura discursos religiosos o no religiosos con suficiente carga transformadora.  No tiene la India, por ejemplo, que ser cristiana porque los diversos horizontes alternos muestran una realidad posibilitante al servicio de la tarea humanizadora.

Al insistir en lo mismo, sin embargo, hemos producido lo que regularmente nos reporta la prensa.  Vivimos en un mundo lleno de tensión donde la esperanza es nuestro último refugio.  La espada de Damocles pende sobre nuestras cabezas a la espera de que cierta ley cósmica no se cumpla sobre nosotros.  Si lo pensamos bien es bastante gris el horizonte, pero no desistamos en la convicción de que otro mundo puede ser posible… al menos si lo quisiéramos.

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