Jorge Morales Toj

Maya K’iche’, Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Abogado y Notario, con estudios de Maestría y Doctorado en Derecho Constitucional. Pacifista y Defensor de los Derechos Humanos.

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Jorge Morales Toj
jorgemoralestoj@gmail.com

La Semana en Santa Cruz del Quiché y en cualquier parte del mundo, tiene características especiales, sin embargo, para los quichelenses tiene profundo sentido espiritual, de reflexión y de convivencia.

Haciendo un recuento de finales de los años setentas, en casa de mis abuelos paternos, mi abuela comenzaba a guardar los huevos criollos de la pequeña granja que teníamos y los iba acumulando desde principios del año para los sagrados panes de Semana Santa. Con quince días de anticipación, nos íbamos a encargar el pan, con un conocido familiar que hacia el pan en horno de leña.

Con mucha delicadez y precavida, llevábamos los huevos en pequeñas canastas, harina, azúcar, manteca y algunos otros ingredientes para hacer el pan. La abuela sin saber leer y escribir contabilizaba con sus dedos cuantas cazuelejas se tenían que hacer, cuántos panes grandes, medianos y con corona por arroba. Esa tradición continúa en nuestro pueblo.

Hacíamos turno en la panadería para poder velar nuestro pan. Siendo niños, con mucha emoción esperábamos la salida del pan del horno y colaborábamos para extenderlos en unos grandes petates de palma para enfriar los panes. Luego, los poníamos en canastas con sus servilletas ceremoniales. Llegando a casa, la abuela tenía listas unas grandes ollas de barro y con mucha precaución iba contando y ordenando la colocación de los panes. En seguida, le ponía candado a las puertas del cuarto.

Paralelamente, de una forma única y especial, mi madre se encargaba de hacer la miel. Los niños colaborábamos a pelar los famosos “coyoles”, pelar la fruta y luego ayudar a mover la miel en el fuego. Mi abuelo y mi padre traían pino recién cortado, corozo y hacían lo arreglos para adornar el gran corredor y el cuarto de los Santos. El día Jueves Santo íbamos a Misa y de regreso para el desayuno, la mesa estaba llena de colores, sabores y delicias producto de las manos laboriosas de mi abuela y de mi madre.

El abuelo a la cabeza de la mesa, con gran solemnidad era el encargado de partir el pan y el responsable de bendecir los alimentos. La abuela reflexionaba sobre la importancia de la Semana Santa, haciendo énfasis en que se celebramos los últimos días de vida de Jesús, y que Él había demostrado hace cientos de años, que estuvo de lado de los necesitados y ayudó a los desposeídos.

Por la tarde, siendo cucurucho, acompañando a mi hermano, mi padre y abuelo, me tocaba llevar el incensario y rociar el humo del sagrado incienso a la imagen de la procesión. Luego me tocaba cargar una de las imágenes menos pesada para niños. Siempre tuve la inquietud del porqué se ocultaban el rostro los cucuruchos, sin embargo, disfruté junto a mi padre y hermano el haber sido cucurucho y cargado la procesión.

Ojalá estos días sirvan para reflexionar y encontrar el sentido profundo de la Semana Santa; que cada persona, desde sus creencias religiosas, medite sobre la urgente necesidad que tenemos como país, de encontrar los valores que nos brindan las religiones, para poder construir una mejor Guatemala.

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