Kacey Ruegsegger Johnson posando para un retrato en su casa en Cary, Carolina del Norte. Foto la hora: Allen G. Breed/AP.

Por KATHLEEN FOODY, ALLEN G. BREED y P. SOLOMON BANDA
DENVER
Agencia (AP)

Dejar a los hijos en la escuela era el momento más duro de la jornada de Kacey Ruegsegger Johnson. Lloraba casi todas las mañanas cuando ellos bajaban del auto y les pedía a los maestros que le enviasen fotos de sus pequeños durante el día.

Veinte años después de que dos adolescentes empezasen a los tiros en la secundaria Columbina High School, Ruegsegger Johnson y otros alumnos de esa escuela de Littleton, Colorado, son hoy padres. El trauma asociado con la matanza de 12 estudiantes y un profesor se ve agravado por el temor por la seguridad de sus hijos, que aflora cada vez que se produce otra matanza.

“Hay cosas en este mundo de las que quisiéramos que nuestros hijos nunca se enterasen”, declaró Ruegsegger Johnson, quien tiene cuatro hijos, sin poder contener alguna lágrima. “Ojalá nunca llegue el día en que tenga que contarles lo que viví”.

La matanza de Columbine fue seguida de otras parecidas. Virginia Tech, Sandy Hook, Parkland, episodios que alteraron la vida en las aulas.

Ahora se hacen ensayos sobre cómo actuar en casos de emergencia. Rutinariamente se realizan simulacros en los que los chicos deben encerrarse en un aula. Se forman equipos para evaluar los riesgos. Y ha surgido una industria enfocada en la protección de las escuelas que genera miles de millones de dólares. Abundan las cámaras de vigilancia, botones para emergencias y puertas de seguridad.

Y los sobrevivientes de matanzas que ahora tienen hijos tiemblan cada vez que sus pequeños van a la escuela.

Apoyada en su fe religiosa, Ruegsegger Johnson trata de superar el miedo y no dejar que su pasado afecte las experiencias de sus hijos.

Cuando se acercan a la escuela, reza en voz alta, agradeciendo por una mañana hermosa y pidiendo que la jornada esté llena de aprendizaje y amistad.

Y hace un pedido silencioso al Señor: Mantenlos a salvo.

Si bien a veces da la sensación de que las matanzas en escuelas son algo común, en realidad no son frecuentes y las estadísticas indican que no hubo un aumento desde el año 2000.

Pero eso es poco consuelo. Dos de cada diez padres dicen que temen por la seguridad de sus hijos cuando están en la escuela, mientras que un tercio expresa confianza, según un estudio hecho en marzo por The Associated Press y el Centro NORC de Investigación de Asuntos Públicos.

Austin Eubanks, quien sobrevivió a la matanza en la biblioteca de Columbine, es uno de los que no temen por la seguridad de sus hijos. Solo lamenta que hoy sea común ver guardias armados y hacer simulacros de emergencias en las escuelas.

“No estamos dispuestos a tomar medidas significativas para erradicar este problema”, expresó Eubanks, quien todavía sufre por la muerte de su mejor amigo, Corey DePooter, que él presenció. “Nos limitamos a enseñarles a los chicos a esconderse mejor, sin importar el impacto emocional que eso tiene en sus vidas”.

El aislamiento, la depresión, adicciones y suicidios son algunos de los peligros que ve en la generación de sus hijos, y sabe por experiencia personal el daño que esas cosas pueden causar.

Por más de una década después del ataque Eubanks estuvo adicto a analgésicos. Ahora trabaja en un centro de tratamiento de adictos y viaja por el país contando su historia.

Le horrorizó ver videos de la matanza de estudiantes en una escuela de Parkland, Florida, que se habían refugiado en las aulas mientras el pistolero recorría los pasillos. Les dice a sus hijos que traten de escaparse, sea como sea, por más que en los simulacros recomienden que se escondan.

La perspectiva de que la hija de 13 años de Amy Over estuviese a punto de comenzar la secundaria pudo haber generado un ataque de pánico no hace mucho. Pero ahora Over se enfoca en preparar a su hija para lo inesperado.

Cada vez que la niña está por su cuenta, le pide que mire cuál es la salida más cercana, en qué calle está, qué tipo de gente hay a su alrededor.

“No quiero que mis hijos sufran en lo más mínimo, como sufrí yo”, dice Over.

Over estaba en la cafetería de Columbine cuando los adolescentes armados empezaron a dispararles a los estudiantes que comían afuera. No sufrió lesiones físicas, pero estuvo traumatizada por años.
Sesiones de terapia y su familia la ayudaron. Sin embargo, el día en que dejó a su hija por primera vez en una guardería tuvo una taque de pánico. El primero de varios. Se le diagnosticó un trastorno de pánicos crónicos, reanudó la terapia y encontró nuevas estrategias para encarar su vida como madre de dos pequeños.

Su hija Brie tenía 11 años cuando le contó por primera vez lo sucedido en Columbine, pocos días antes de un aniversario de la matanza. Fueron a la escuela el día del aniversario, a las ceremonias de rutina, y caminaron juntas por sus pasillos.

Amy Over le mostró a su hija el sitio de la cafetería donde se había escondido. Y la escalera donde vio por última vez a su instructor de básquetbol Dave Sanders, quien falleció en un aula mientras esperaba al personal de rescate, después de ayudar valientemente a evacuar la escuela.

Para Over, contarle todo a su hija fue algo liberador. Ambas siguen asistiendo a las ceremonias de homenaje a las víctimas todos los aniversarios.

“Es un día de reflexión”, expresó. “Un día de amor y esperanza. Que puedo compartir con mi hija”.

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