Alfonso Mata
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Cuando se habla de desigualdades en la salud, muchas veces nos referimos a las consecuencias que tiene el que una persona no tenga acceso a los servicios de salud, otras a que mantengan un nivel y estilo de vida compatible con salud. Cuando estudiamos lo que producen esas imposibilidades nos tropezamos con una distribución diferenciada de la mortalidad, la discapacidad y la morbilidad, según clases sociales, niveles de educación, etnia, género, áreas geográficas de residencia, lugar y tipo de trabajo. Ello nos permite entrever desigualdades y poder descubrir determinantes sociales de la enfermedad y poner en evidencia la debilidad tanto de la política como científica, en el manejo de los problemas de salud específicos de cada uno de esos grupos y podemos decir sin temor a equivocarnos, que la salud sería prácticamente dependiente de los fenómenos políticos, sociales y colectivos y ambientales. Esa dependencia no la podemos afirmar como el buen pueblo dice, producto del destino o caído de los dioses o culpabilidad de cada quien.
En lo político, en las autoridades y funcionarios públicos, debería existir conciencia y claridad de que enfermarnos, es un producto de vivir con una alternancia continua entre salud y bienestar; desarrollarnos con peor calidad de vida, dependiendo de la familia y el lugar donde hemos nacido, vivimos y trabajamos y que esas condiciones y situaciones, no predeterminada por la sociedad y el gobierno, deben trabajarlas para cambiarlas en los afectados. Las estadísticas epidemiológicas nacionales nos muestran que eso no se está realizando adecuadamente y es muy deleznable que lo que tenemos es un mantenimiento del presente status quo social y político propicio a que aumente la magnitud de desigualdades no el tratar de eliminarlas.
Por qué enferman unas personas y otras no puede ser visto e interpretado de diferentes maneras, pero hay algo que permanece en el ambiente y resulta evidente: la salud no es problema de mejorar acceso a médicos, recursos hospitalarios y medicamentos. Lo que está en medio de ello como determinante es una lucha por una sociedad más justa. Por consiguiente, no basta hablar de salud de un individuo, es necesario hablar de salud colectiva. El enfoque político y social de la salud entonces debe cambiar: de ser un problema de ciencias de la salud debe pasar además de médico a un asunto ético, social y político en la que no solo todos tenemos algo que decir, sino participar en hacer.
Para iniciar una buena discusión, nuestro lenguaje debe partir no de desigualdades sino de inequidades. Iniquidades se referiría a una diferencia o desigualdad injusta y la injusticia es todo aquello que transgrede la ley y en nuestro caso lo que marca la Constitución en su referente a la salud, el bienestar humano y la calidad de vida. Trabajar en un ambiente laboral de riesgo resulta una inequidad, que yo tenga un seguro de salud preferencial a otros resulta una desigualdad, pero tener peores posibilidades de neutralizar el impacto de las situaciones críticas, en definitiva, poder sufrir un mayor desgaste en salud, es una clara iniquidad en salud.
La desigualdad en crecimiento del niño rural versus estándares internacionales por ejemplo nos hace ver desigualdad e inequidad individual y grupal y acá viene y entra en juego lo político. Nacional e internacionalmente se considera que ello constituye un hecho política y socialmente injusto y potencialmente corregible y entonces esa desigualdad va cargada de inequidad. Son las leyes y las formas de su aplicación lo que falla o ambas, y entonces el factor de corrección está en cómo respondamos a ello. La discusión política se torna en considera que es lo que provoca que se de esa situación socialmente injusta y luego de ello que es potencialmente corregible y de qué manera. La respuesta a la fecha en eso dos aspectos ha sido terriblemente ineficiente de parte de gobiernos e instituciones y por eso en aspectos nutricionales nuestra población es terriblemente padeciente.
Existe un análisis básico de determinantes de la salud que deben atenderse para disminuir las brechas sociales de desigualdades e inequidades que ha sido resumido ya y que se encuadra de la manera siguiente:
Fuente: Whitehead Margaret. (1990) The concepts and principles of equity and health, WHO, Copenhagen.
Estamos hablando entonces que es necesario combatir los cuatro determinantes del esquema que aparecen en amarillo desde una perspectiva igualitaria; desde una perspectiva que tiene de base de que ello se juzga no sólo desde una igualdad de acceso al producto sino también de su distribución y no bajo una visión de mercado en que los grupos socioeconómicos más bajos respecto a los altos es siempre injusta y se puede resaltar también como inequitativa políticamente hablando ya que constitucionalmente una experiencia de peor salud en algunos grupos nacionales solo puede ser juzgada como injusta e inequitativa porque no ha habido libertad de oportunidad en esos determinantes.
Así independiente de ideologías, es claro que la Constitución plantea la salud con una visión más como recurso que como bien o fin en sí mismo. Ese pensamiento es claro en presentarnos la salud como un elemento indispensable para todos; que determina la capacidad de las personas de operar en los estados y estratos de la sociedad llevando a pensar que una mala salud puede ser un peligro para aun la libre operación en el mercado ya sea se sea niños que crecen con menos oportunidades futuras o adultos con menos expectativas laborales.
Es pues evidente, que el pensamiento y contextualización del problema de salud se identifica no solo con lo filosófico especulativo de las ciencias sociales y la aplicación del conocimiento para intervenir sobre las causas sociales que generan la enfermedad en zonas geográficas, comunidades y grupos sociales, condición cuya intervención debe ser motivo del hecho político. No podemos pasar por alto que la distribución de los riesgos a la salud de las poblaciones, el riesgo de enfermar dentro de ellas, no está aislado del riesgo social-ambiental dentro de ella.
Por otra parte, necesitamos estudios para desenredar esa compleja relación entre conductas individuales y factores materiales y ambientales y no caer en simplezas de atribuir a o la ignorancia la pereza o la mala educación lo que sucede con la salud de ciertas gentes. La salud es un compromiso social y político. Nancy Krieger hace algunas décadas nos dijo que existe una telaraña de causas (red causal) de explicación a la falta de buena salud y simultáneamente lanzó el reto del deber político y social de preocuparnos por encontrar dónde está la araña ¿cuál será la nuestra? Cuáles son esas cargas al desarrollo, esas cargas tanto en lo físico como en lo psíquico social y ambiental que al incidir negativa y acumulativamente producen un desgaste físico y psíquico y que puede explicar la generación de una constelación específica de riesgos y enfermedades. Esa debería de ser nuestra tarea científica y política en los próximos años y gobiernos: identificar nuestra verdadera araña y atacarla.