Jorge Santos

jsantos@udefegua.org

Defensor de derechos humanos, amante de la vida, las esperanzas y las utopías, lo cual me ha llevado a trabajar por otra Guatemala, en organizaciones estudiantiles, campesinas, de víctimas del Conflicto Armado Interno y de protección a defensoras y defensores de derechos humanos. Creo fielmente, al igual que Otto René Castillo, en que hermosa encuentra la vida, quien la construye hermosa.

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Por Jorge Santos

Guatemala es un país que vive en luto crónico, muertes de todo tipo le impactan cotidianamente y en esta dinámica de no haber terminado de velar, sorprendernos e indignarnos por una muerte, le suceden otras y de muerte en muerte vivimos en luto y dolor permanente. Esto evidentemente no está condicionado a factores naturales, divinos o de cualquier otra naturaleza simple. Este hecho esta intrínsecamente vinculado a la conformación de una estructura económica, política y social profundamente desigual e inequitativa.

Esta violencia crónica es un continuum desde la conquista y ha pasado a formar parte sustancial durante la colonia, la supuesta independencia, la Reforma Liberal, la República cafetalera y sus dictaduras de inicio de siglo XX. Esta permanencia de la violencia, como el denominador común de nuestra historia patria, se incrementó durante el Conflicto Armado Interno, en la medida que los diferentes gobiernos de turno decidieron implementar la política contrainsurgente y con ella la decisión y ejecución del Genocidio en el país. Es decir que tal y como lo han manifestado varios académicos, la violencia es consustancial a la conformación del Estado guatemalteco, lo cual implica que de querer transformar este, es necesario cambiar radicalmente esta visión del Estado y del uso de la violencia como el único mecanismo para el ejercicio del poder.

Al finalizar el Conflicto Armado Interno, tuvimos la oportunidad para transformar esta visión del Estado, sin embargo las élites en el país, optaron por imponer la agenda neoliberal, por encima de la agenda de la paz y con ello profundizaron aquellos factores estructurales que le dan vida y reproducen la violencia. Por ello, luego de la firma de la Paz hemos sido testigos de un incremento desmedido de la pobreza, la extrema pobreza, desnutrición crónica, exclusión e inequidad. Hemos sido testigos del fracaso del modelo de desarrollo impuesto y con ello el fracaso del modelo de institucionalidad pública que posibilita la imposición de los intereses de la élite económica.

Hoy nos encontramos con una sociedad, que junto a Honduras y El Salvador nos constituimos como países con altas tasas de violencia, sumidos en una profunda crisis del Estado, una institucionalidad pública representada en los tres poderes del Estado y que su única preocupación es el sostenimiento de la corrupción e impunidad. Este hecho nos somete a que cotidianamente nos encontremos a la muerte, la cual nos acecha, muchas veces disfrazada de extorsionista, otras de monitor o policía que resguarda un Hogar de niñas, de crisis hospitalaria, de ausencia de alimentos, de irresponsabilidad vial, de funcionario corrupto o de oligarca explotador, pero al final de cuentas de muerte en muerte nos van sumando en una sociedad donde de manera permanente y crónica el luto y el dolor se va adhiriendo a nuestro ADN. Sólo con la derrota de los responsables de esta lógica bajo la cual fue creado el Estado, será posible salir de esta espiral de luto y dolor en la cual Guatemala se encuentra sumida.

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