Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Esta mañana se cumplen cuarenta años del momento en que fue asesinado Manuel Colom Argueta, extraordinario líder político y luchador por construir la democracia en este país al que muchas veces se refería como el de la eterna tiranía, parodiando la idea de nuestra eterna primavera. Meme había descollado como dirigente estudiantil justamente cuando se le puso fin a la democracia que se había instalado a partir de 1944 y tuvo que salir al exilio, donde amplió su formación jurídica y formó su familia, pero de vuelta en Guatemala hizo política y junto a otros jóvenes y compañeros decidió fundar la Unidad Revolucionaria Democrática en tiempos de Ydígoras como una expresión socialdemócrata.

Electo Alcalde de la ciudad de Guatemala en 1970, su personalidad lo convirtió en el líder natural de las fuerzas progresistas del país que se enfrentaban al inicio de una nueva forma de autoritarismo y dictadura expresada en la sucesión de fraudes electorales. Como presidente de la Asociación Nacional de Municipalidades promovió la importancia de un poder local identificado con las necesidades de la población y su liderazgo fue en impresionante ascenso, provocando serios signos de alerta entre los distintos grupos del poder real en el país que lo empezaron a ver como un peligro concreto y tangible para sus amuralladas posiciones.

Por ello se le puso toda clase de obstáculos para que pudiera convertir al suyo en un partido legalmente inscrito con capacidad para postular candidatos y ello lo llevó a convertirse en el líder natural del Frente Nacional de Oposición que, bajo el alero de la Democracia Cristiana, postuló para la Presidencia a Ríos Montt, quien siendo militar había sido marginado por la cúpula del Ejército y según Manuel podía ser el único capaz de defender un triunfo electoral, cosa que no ocurrió porque Ríos abandonó a sus seguidores y se trasladó a España con un cargo diplomático.

El fraude del 74 provocó a Manuel para luchar más frontalmente contra los grupos que habían aniquilado la democracia para crear una nueva forma de dictadura, ya no unipersonal como se había acostumbrado históricamente, sino institucional. Redobló los esfuerzos de organización para fortalecer su partido político que finalmente fue inscrito en tiempos de Lucas, hecho que de una u otra manera terminó siendo su condena a muerte porque los poderosos supieron que sólo matándolo podían impedir su llegada al poder.

Hoy, a cuarenta años de distancia vemos cómo, nuevamente, la lucha por la democracia enfrenta poderosos obstáculos porque esta vez es la dictadura de la corrupción, tan rentable para políticos y sus socios, la que está empeñada en sobrevivir a toda costa, eliminando a como dé lugar a cualquiera que pueda representar un peligro para preservar sus muy jugosos privilegios.

La muerte de Manuel terminó siendo un martirio estéril porque la apertura democrática que se vivió seis años después del asesinato fue secuestrada para producir la captura del Estado que se ha perpetrado a punta de ese financiamiento electoral ilícito que prostituye no sólo a las personas sino a todo el sistema político nacional y que es causante del retroceso político, social y humano de nuestra pobre Guatemala.

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