El Congreso ha postergado la elección del Contralor de Cuentas para evitarse sorpresas luego de comprobar que bastó una arrinconada de los Jefes de Bloque al Contralor en funciones, Fernando Fernández, para ponerlo a bailar al ritmo que quiere el Pacto de Corruptos y en ese contexto no necesitan elegir en un momento crítico cuando lo que cuenta es la certeza de la absoluta sumisión y compromiso del encargado de la Contraloría General de Cuentas de la Nación al servicio de la corrupción en el país.
Aunque ya tengan hecha la selección y el escogido les haya jurado amor eterno, no deja de ser cierto aquello de que más vale lo viejo conocido que lo nuevo por conocer, sobre todo cuando eso viejo conocido resulta tan sumiso y tan dispuesto a hacer lo que le ordenan los más avispados dentro de los Jefes de Bloque y la Junta Directiva del Congreso de la República.
Sin chistar, Fernando Fernández se puso de alfombra de los meros tatascanes del Congreso y decidió que los ataques de los diputados contra una candidata eran razón suficiente para que, en ese mismo instante, anunciara que el finiquito quedaba revocado, al mismo tiempo que se cambiaron procedimientos para hacer efectivos otros finiquitos que habían sido negados porque, al fin y al cabo, lo importante es asegurar que quienes tienen vínculos con la corrupción la tengan fácil, mientras que todo aquel que haya movido un dedo contra los pícaros en este país se vea a palitos. Les era fundamental enviar ese fatídico mensaje de que en Guatemala nadie vuelva a intentar alguna “tontería”.
Y menos si la misma está dirigida a los poderosos, sea por razón política o económica, para quienes no fueron hechas las leyes porque se entiende que desde los orígenes de la República el modelo fue diseñado y gestionado para garantizar que ciertas personas nunca tengan que enfrentar a la justicia, hagan lo que hagan, y que las instituciones respetarán ese acuerdo de impunidad que también implica la utilización de todo el poder para aplicar todo el peso de la ley, y más si es necesario, a quienes se convierten en piezas molestas.
La Contraloría de Cuentas siempre ha sido elemento clave en ese juego de impunidad y corrupción. Severa con un empleadito municipal que no hizo bien las cuentas, no mueven un dedo en contra de los que se roban millones y empobrecen al pueblo, condenándolo a la miseria, la desnutrición y la migración porque todas sus oportunidades se las robaron junto con el dinero.