Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com
A las mujeres nos están matando. Desmembramiento, violación, tortura, esclavización sexual, acoso; son parte de lo que sufren las mujeres durante su asesinato. La forma en que se mata a las mujeres demuestra odio y saña. Son mensajes que quieren transmitir que para muchos la vida de las mujeres no vale nada. Más de cuatro mujeres desaparecen cada día en Guatemala. Hasta hoy hay miles de mujeres que no han aparecido, cada año la cantidad incrementa.
No hay helicópteros ni brigadas de apoyo que las busquen. Las familias además del dolor y la desesperación que provoca la desaparición, deben enfrentarse al desprecio del Estado que no sólo les ignora, sino que será incapaz de actuar y reparar con justicia. El Estado además de indiferente, es reproductor del patriarcado y la misoginia porque está asentado sobre estos. Dos años han pasado desde que quemaron a las niñas del Hogar Seguro y no ha habido justicia, así como tampoco ha cambiado la situación de las niñas y los niños que siguen viviendo en estos centros. Al ser mujeres pobres e indias el desprecio es mayor, porque entonces para la sociedad es justificable su asesinato.
Es doloroso que para las mujeres hasta sentarnos en el transporte público implique una lucha con el de al lado, que no puede cerrar las piernas porque cree que sus testículos son tan grandes que debemos sacrificarnos nosotras, para que ellos los transporten cómodamente. No es normal que sintamos tantos miedos y que seamos nosotras las que tengamos que cuidarnos siempre para que no nos maten. No se trata de sentir empatía hacia lo que vivimos las mujeres por el hecho de que tengan una madre, hermana o esposa. Somos seres humanos y nuestra vida debe ser respetada como la de cualquier otro ser.
Tampoco esperamos que tengan que ponerse en nuestros zapatos para que comprendan que este país odia a las mujeres, necesitamos que cambie la sociedad, romper con las estructuras que nos oprimen y que nos están matando. El patriarcado al igual que el racismo no se trata sólo de la discriminación, sino de relaciones de poder en desigualdad que cuentan con la legitimación social y con institucionalidad creada para ello. En el patriarcado como en el racismo perdemos todas y todos, porque forzar a los hombres a vivir una masculinidad violenta y machista no sólo causa infelicidad sino también frustración y dolor.
No es que los hombres estén enfermos o locos, sino que son el resultado de un proceso de vida en el que se les forma y valida para ser violentos y odiar a las mujeres. Por esto es que no se trata de una guerra de mujeres contra hombres, sino de una urgente necesidad de resguardar la vida y principalmente de vivir con dignidad. No esperamos convencer a los hombres a que dejen de matarnos porque mientras este país siga sosteniéndose sobre el patriarcado, el racismo y el clasismo, nuestras cargas no se alivianarán.
Hasta Dios es hombre y esto implica poder.