Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
No es que históricamente hayamos podido presumir que eran los mejores ciudadanos quienes se postulaban a la Presidencia de la República pero mal que bien muchos de ellos tenían algunas ejecutorias que los hacían cobrar modesto o real relieve. Y cuando surgía un aventurero rápidamente se convertía en el hazmerreír de cualquier campaña política, camino por el que iba hace cuatro años el comediante Jimmy Morales que se lanzó al ruedo sin ninguna expectativa de triunfo pero, a medio camino, se terminó convirtiendo en el único que parecía fuera del sistema y ello bastó para que una ciudadanía escandalizada por los casos de corrupción destapados por la CICIG se decantara por él en repudio a la vieja política desnudada en todos y cada uno de los procesos iniciados.
Viendo el panorama electoral al día de hoy podemos decir que son muchos los que, con toda razón, piensan que si él pudo ganar la Presidencia aquí cualquiera, literalmente, puede llegar a la Guayaba porque se demuestra que no hace falta preparación ni conocimiento de los asuntos de Estado para alcanzar la que antaño se definía como Primera Magistratura de la Nación. Y así vemos a un variado conjunto de aspirantes que no aportan credenciales de ninguna especie para justificar su postulación como flamantes candidatos presidenciales ni ejecutoria alguna que los perfile como gente de Estado capaces de lidiar con los profundos vericuetos del complejo ejercicio del poder.
Para los poderes reales es mejor tener a individuos así, ignorantes y fatuos, porque eso facilita que sean las roscas y quienes los financiaron los que puedan mover todos los hilos durante cuatro años, como ahora cuando se ha utilizado al Presidente, señalado por actos de corrupción, para acabar con esa molestia que ha sido la CICIG para todos los que de una u otra manera han sido parte de la tenebrosa cooptación del Estado. Mientras más ignorante es quien llegue al poder, más fácil para los que tienen la costumbre de actuar como titiriteros.
Alguien decía en estos días que sin duda habremos de romper un récord mundial de más candidatos por habitante o por kilómetro cuadrado, pero si no es así seguramente lo es que andamos muy cerca de establecer esa poco prestigiosa marca que no es indicador de democracia, porque si algo anda en trapos de cucaracha en Guatemala es ese cacareado concepto que se desvirtuó desde que aquí los únicos mandantes son los financistas que saben cómo tener a raya a su mandatario.
Es mucha la gente que se pregunta qué persiguen algunos de esos personajes lanzados al ruedo y que no parecen tener ninguna posibilidad. Yo creo que la respuesta está precisamente en que hace cuatro años se derrumbó cualquier criterio sensato en la elección de las autoridades y se demostró que cualquiera, literalmente hablando, puede ser investido como resultado de un voto popular irreflexivo en elecciones realizadas en tan cuestionables condiciones que, por cierto, en el fondo no han variado en nada y que nos auguran más de lo mismo, aunque sólo sea por culpa de un Congreso que promete ser igual o peor que el que tenemos.