Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Tras la reunión del Papa Francisco con los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo para tratar el tema de los abusos sexuales perpetrados por religiosos en contra de fieles, especialmente menores de edad, se escuchan variados comentarios de reconocimiento y de crítica a la conclusión final del encuentro. La verdad es que un problema de esa magnitud que se mantuvo oculto por tanto tiempo por decisión de la más alta jerarquía no se puede resolver de la noche a la mañana, pero yo siempre he pensado que el primer paso para solucionar algo es admitir la existencia del problema, cosa que apenas empezó a ocurrir bajo el papado de Benedicto XVI y que ha cobrado mayor relieve con las actitudes del Papa Francisco.
Mientras se sostuvo que todo lo relacionado con los abusos sexuales de sacerdotes y religiosos era una patraña orquestada por la prensa y los enemigos de la Iglesia para hacerle daño, obviamente no se movía un dedo para corregir una situación que era sistemáticamente negada por considerar que era una malsana campaña. Y los pederastas seguían en su salsa porque los protegía ese espíritu de cuerpo generado dentro de la misma Iglesia, dando por sentado que no existía el problema más que en la propaganda generada por los enemigos y adversarios que pretendían destruirla.
Lo que más ha ofendido a las víctimas de los abusos ha sido esa indiferencia que la más alta jerarquía eclesiástica mostró durante muchos años, llegando al colmo de colocarlos dentro de los enemigos de la Iglesia que realizaban la supuesta campaña de desprestigio. Fue inhumano y cruel el comportamiento institucional de la Iglesia en contra de miles de personas que se atrevieron a dar la cara para denunciar algo que, como se ha ido comprobando, era un serio problema con gravísimas consecuencias emocionales para todos los que lo sufrieron.
Desde esa perspectiva hay que entender que todo lo que se haga será poco para reparar tanto daño, pero insisto en que al menos ahora no se mete bajo la alfombra la realidad sino que se encara y se advierte de una política de cero tolerancia a la pederastia y pedofilia en el seno de la Iglesia, lo que viene a constituir un cambio fundamental que no puede pasarse por alto ni verse a la ligera. Repito que los antecedentes son tan funestos y tristes que esa decisión es ya un enorme cambio.
Y justamente ahora la Conferencia Episcopal Española pone sobre el tapete otro tema tremendamente polémico al proponer que en el próximo Sínodo de Obispos se aborde la cuestión del papel de la mujer en la Iglesia Católica, tomando en cuenta que se sigue viviendo bajo los mismos patrones culturales imperantes hace dos mil años y que no tienen cabida en el mundo de hoy, en el que se reconoce la igualdad entre el hombre y la mujer que en muchos asuntos relacionados con nuestra Iglesia no se ve ni por asomo. Obviamente será otro asunto en el que la evolución será traumática y difícil, pero que también resulta impostergable.