Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Hace un par de semanas escribí, en este mismo espacio, un breve texto acerca del aumento de niños y jóvenes que buscan ganarse la vida u obtener algún dinero, sea vendiendo algún producto, ofreciendo algún tipo de servicio, o realizando cualquier suerte de actividad artística callejera que a veces les hace exponerse a riesgos y peligros que de más estaría enumerar. Hoy, iniciando estas líneas, reparo en que hace quizá uno o dos años atrás, ya había escrito algo con respecto a ese fenómeno que entonces se observaba en aumento (y que efectivamente, ha aumentado), un fenómeno en el que hoy se ven involucrados tantos niños y adolescentes que en las calles limpian vidrios de autos; hacen malabares con sus rostros mal pintados y los pies descalzos; lustran zapatos; venden dulces y frituras en pequeñas bolsas plásticas; o simplemente piden de forma directa algún dinero con la finalidad (supongo) de contribuir quizá a alguna depauperada economía familiar. Los alrededores de la Plaza del Obelisco; la Calle Montufar; el crucero del área de los museos en la zona 13; la esquina de la novena calle y séptima avenida de la zona 9; La Plaza de la Constitución; la esquina de la décima avenida y primera calle de la zona 1; y la esquina que de Pamplona conduce a la Calzada Atanasio Tzul, son algunos de los puntos dentro de la ciudad de Guatemala en donde a diario se pueden observar este tipo de escenas que reflejan una realidad nefasta y fatal, una realidad de la que pareciera que no quisiéramos hablar a pesar de que la vemos a diario, sino por el contrario, la dejamos pasar y nos vamos acostumbrando a ella como si de un conjunto de tarjetas postales que pasan a formar parte del paisaje urbano se tratara. Eso, sin contar con el número de hombres y mujeres (también en aumento) que suelen verse en distintas partes de la ciudad en muchos casos cargando infantes -sospechosamente siempre dormidos- pidiendo alguna “ayuda” económica para adquirir alimentos que permitan la subsistencia propia y de los niños que llevan consigo… Como escribí en aquella ocasión: desconozco si existen estadísticas al respecto, aunque, en honor a la verdad, de poco pueden servir esos números cuando los problemas de fondo no son atendidos con voluntad y responsabilidad por quienes tienen la obligación de hacerlo. Un problema desatendido puede resultar en algo más grave o de distinta índole en el marco de la vida colectiva del país. Y por ello, no se puede obviar el hecho de que la niñez y la adolescencia sigan siendo una materia pendiente para el Estado de Guatemala. La falta de voluntad evidenciada en días recientes para abordar con prontitud el tema de la desnutrición infantil en el país, es un ejemplo de ello. Ojalá, ver a diario ese tipo de “postales urbanas” que evidentemente han aumentado de uno o dos años a la fecha, sea algo que preocupe y que motive una pronta atención… ¡Ojalá!

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