Espartaco Rosales
Hace justo 85 años, en el amanecer del 14 de febrero de 1934, en el barrio de El Gallito de la ciudad de Guatemala, nació Ricardo Rosales Román, Carlos Gonzáles, el último Secretario General del Partido Guatemalteco del Trabajo, PGT… Mi padre.
No sé mucho de sus primeros años y nunca vi una fotografía suya de cuando era niño. Pero a veces lo imagino. Es entonces cuando aparece su cabello negro, su cuerpo esbelto y –siempre lo pienso así–, una mirada honda, escrutadora del mundo. Sé, eso sí, que desde los seis años llevaba a la tienda de uno de sus tíos, los tamales que cada sábado hacía su madre, en un recorrido que lo llevó a conocer los primeros rincones de su ciudad, a caminar solo de regreso a casa.
También sé que en aquel tiempo, mi abuelo reunía a mi padre y a su hermana un par de años mayor, Lili, para leerles pasajes de la historia de Guatemala.
Sin saber hacia dónde desembocaría aquel caminar del niño que lleva los tamales hechos por su madre o las reflexiones que surgirían tras acercarse a los relatos históricos trasladados por el padre, siempre he pensado que desde muy pequeño se fue forjando el carácter de un ser diferente, de un niño que –probablemente– veía más allá de lo común y, entonces, soñaba.
Creo que la foto en la que he visto más joven a mi padre, es una en la que está, junto a un grupo de estudiantes, en el patio del Instituto Nacional Central para Varones, en donde estudió la postprimaria. La foto me encanta porque él aparece sonriente, feliz. Es una época en la que leía a Whitman o Vallejo y después tomaba un cuaderno, una pluma y escribía versos.
Siempre me he preguntado a dónde se fueron esas palabras, esa búsqueda de reconocer el mundo a través de las letras. Siempre he querido tener la posibilidad de encontrar alguno de aquellos poemas y entonces entender mejor a ese hombre que, entonces joven, dibujaba sueños e imágenes.
¿En qué momento los versos fueron relegados y surgió el joven dirigente político que abrazó el comunismo como su causa, como su forma de entender el mundo y de buscar transformarlo? No lo sé y no sé siquiera si fue una decisión concreta o una necesidad generada por el propio compromiso con sus ideales y con el camino que, pensó, se convertiría en la ruta para sacar a Guatemala del atraso, la desigualdad, la miseria y la ignorancia.
Sé eso sí, que su compromiso fue completo, valiente y arrollador. Se entregó a una causa con todas sus fuerzas e inteligencia y forjó su propia trayectoria.
Fiel a sus creencias, comunista de toda la vida, como militante primero y dirigente del PGT después, vivió en la clandestinidad durante casi 30 años. En aquel tiempo de Conflicto Armado Interno, sufrió la muerte de su madre, de dos hijos y de compañeros y compañeras entrañables. Golpes de vida que pudieron hacerlo claudicar. Pero mi padre sobrevivió al dolor absoluto, a la pérdida de camaradas forjadores de vida, a la brutalidad del terror, a la persecución y la muerte.
¿Cómo logró llegar hasta la firma de los Acuerdos de Paz (como miembro de la Comandancia General de URNG), a la diputación en el Congreso de la República, a ver lo improbable: el nacimiento de tres nietos y una bisnieta? A veces pienso que hubo una dosis de fortuna, pero también una capacidad infinita de vivir, una mirada ágil, un sexto sentido. Sé, con absoluta certeza, que también se trató del amor, y de la vida compartida con mi madre, Ana María, y al deseo de ver crecer a sus hijos.
Mi padre cumple 85 años y su vida está en el punto de una edad que desprende ternura y amor infinitos. Hoy cierro los ojos, tomo su mano y siento su tranquilidad, su paz, la fuerza de su vida toda. Entonces, como un destello, lo sé triunfante, victorioso.
*Tomado del título del conocido poema de Otto René Castillo.