Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Cuando uno se dedica a la docencia existe la relativa condena, si así se le puede llamar cayendo en un poco de dramatismos, a una especie de formación continua que no para jamás. Así, desde antes, durante o después de los cursos asignados, aparece la preocupación constante de los gestores de las instituciones a que se reciban cursos de casi todo. Para entonces, la agenda se llena de toda clase de talleres iniciáticos.

La diversidad es del tamaño de la imaginación de los humanistas, esto es, infinita.  Ya sabe, cursos de e-Learning, Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP o PBL, Project-based learning), Flipped Classroom o clase invertida, coaching educativo y un etcétera tanto amplio como exótico. Subyace la idea de que los docentes deben ser versátiles y versados casi en todas las técnicas posibles de la educación.

La idea no es mala, aunque debe dosificarse para no atiborrar a los profesores con tantas propuestas a veces esnob. Desafortunadamente los responsables de esos Departamentos, presionados por la producción de talleres, ofrecen capacitaciones casi de cualquier cosa.  Por ejemplo, para citar solo uno, esos de autoayuda en la educación (Psicología positiva, le dicen).  Propuestas que están más vinculadas a las modas que a una reflexión profunda y eficaz en materia de formación del alumnado.

El afán de “aggiornamento” en las escuelas y universidades se justifica fundamentalmente cuando se trata de formar a los profanos de la educación.  Ya sabe, esos profesionales que vienen de ciencias ajenas a la enseñanza: ingenieros, economistas, auditores, abogados, arquitectos y un etcétera de expertos que llegan a las aulas por un misterio que solo Dios sabe explicar.  Bromas aparte, esos profesionales, columna vertebral de la preparación de las futuras generaciones, necesitan más allá del conocimiento de su ciencia, un docente capaz de incidir en la mente y personalidad de los estudiantes.

Los talleres omnipresentes en la docencia, sin embargo, olvidan un capítulo fundamental en sus agendas, esto es, la formación en el trato a los estudiantes.  La educación requiere, más allá, de las técnicas de la enseñanza, el trato amable y cordial, la comunicación, el estilo, la sensibilidad y un esprit de finesse, que a veces ignoran los gestores en sus Departamentos.  Así, vemos a docentes toscos y oscos, amargados y rudos, torpes e insensibles, sin ninguna capacidad para hacer clic con sus estudiantes.

Infortunadamente hay profesores que, venidos de las cavernas profundas de un sistema ancestral, hasta se vanaglorian de su poca habilidad para empatar con sus estudiantes.  Se trata de esos salvajes que aún sostienen sin rubor que “la letra con sangre entra”.  Hablo de esos sujetos, acostumbrados a hablar ex cathedra?? y que pontifican a sabiendas que son dueños de la verdad. Esos, y un poco todos, necesitan reenfocar el ejercicio docente para impactar de verdad en los estudiantes del sistema.

Ya me dirá alguno que la educación no se trata de “concursos de simpatía” o que no se les paga para hacer de payasos. Alguno hasta dirá muy orondo que, si no hubiera sido por profesores así, sádicos, malvados e infames, él no sería lo que es, o sea, un profesional exitoso y feliz. Tales ideas son la mejor prueba de la necesidad de una reflexión que conduzca a los profesores por senderos más a la altura del Siglo XXI, adaptada a la nueva sensibilidad y saberes de nuestros tiempos. Hay aún una tarea por hacer, sin duda ese es el reto.

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