Mario Alberto Carrera
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Me causa un gran pesar intelectual creer que los partidos políticos de nuestro país sean o traten de ser –disfrazándose con diversas caretas argumentales– agrupaciones sin alma, sin tuétano, sin mente –en blanco– y descerebrados. Los Chuckys diabólicos han introducido mafiosamente tal sugestión. Impulsados por ciertos sectores perversos del neoliberalismo centroamericano encomendero, han introducido, repito, esta tendencia o corriente: la de que ya no existen ideologías ni pensamiento institucional ni nacional ¡ni menos!, en los partidos políticos.
¡Esta es una falacia entre las falacias!
Todos, de alguna manera, tenemos un pensamiento y, por lo mismo, una ideología.
¡Todos, absolutamente todos!, insisto, tenemos un pensamiento o manera de pensar acerca de nuestro ser en el mundo o dicho de manera sencilla: en torno a qué estamos haciendo sobre la faz de la Tierra. ¿Para qué estamos aquí? ¿Tiene algún sentido estar aquí? ¿O somos, como creemos los ateos, una mera casualidad de la peculiar conducta de nuestro planeta al que le dio por echar al mundo una rara especie llamada humana? Esto último también es pensamiento o manera de pensar.
El sólo hecho de entrar o acceder a una iglesia, a un club social o a un partido político nos otorga un nombre, nos nomina y nos pone una etiqueta: la del lugar sagrado, político o institucional al que nos introducimos voluntariamente o a veces manipulados por los malvados Chuckys que ayer tuvieron ideología ¡y totalitaria y autoritaria!, pero que hoy ¡renegados!, pretenden suprimirle este derecho a usted, desde una especie de autoridad que les han dado ¡desgraciadamente!, ciertos hechos históricos muy repudiables…
Lo primero que un partido político debe decirle a usted lector –si pretende reclutarlo a sus filas– es la ideología en la que cree y por la que luchará en la contienda electoral que se avecina. Por ejemplo, el Partido Movimiento Semilla no oculta sino proclama su posición en el gran espectro del pensamiento político contemporáneo: centro izquierda, social democracia. Ésta transparencia mental e intelectual le da un plus a este partido porque no amaña su presentación. No trata de ocultar ya nada. Es lo que es y quien se acerque a él con la idea de inscribirse en sus filas o de votar por él en las próximas elecciones, sabe muy bien de antemano cuál será su lucha ¡política!, una vez en el poder: la de una agrupación que intentará un socialismo moderado ¡porque es justamente de centro!, en el que lo social, esto es el bien común que exige la Constitución, será lo primordial, será lo prioritario. En lo que ha de ocupar su tiempo completo en cualesquiera de las necesidades humanas: educación, salud, vivienda, cultura. Cultura desde el punto de vista de la teoría de la interculturalidad.
Pero este no es el caso de todos los partidos que usted observa en el abanico o menú que se le ofrece incluso de manera excesiva mediante 20 o 30 platos partidistas, que más bien ocultan cuál es su manera de pensar y que más bien, asimismo, intentan hacerle creer que solo tratan de llegar al poder sin decirle para qué exactamente. Cuando el para qué es lo esencial. El para qué es lo esencial porque lo esencial es la ideología política.
¿Y cuál es la razón de ese ocultamiento, de esta in-transparencia o más bien opacidad ideológica de la gran mayoría de partidos que se le ofrecen como ramera en promiscuo bulevar? Es el temor a que al decirle a usted de qué manera piensan claramente, usted ya no se inscriba en él.
Esto es absolutamente paradojal. Es antinomia.
Seguiré con este análisis el próximo lunes.