Emilio Matta

emiliomattasaravia@gmail.com

Esposo y padre. Licenciado en Administración de Empresas de la Universidad Francisco Marroquín, MBA de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, Certificado en Métodos de Pronósticos por Florida International University. 24 años de trayectoria profesional en las áreas de Operaciones, Logística y Finanzas en empresas industriales, comerciales y de servicios, empresario y columnista en La Hora.

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Emilio Matta Saravia
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Mientras escribo estas líneas, Venezuela se encuentra sumida en un hervidero político a causa de la tozudez de su ahora ilegal presidente, Nicolás Maduro, de aferrarse al poder a pesar del claro descontento popular que ha generado su nefasto y corrupto mandato. Las siguientes semanas serán decisivas para definir el futuro del otrora próspero país sudamericano.

Liderando este cambio se encuentra Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional y miembro del partido político Voluntad Popular, que se define como progresista de centro izquierda y es afiliado a la Internacional Socialista. Este partido, a pesar de su ideología, está muy claro en no apoyar bajo ningún punto de vista el régimen dictatorial y corrupto de Maduro. Esta contundente postura es una clara señal de un partido que, a pesar de ser ideológicamente afín al partido gobernante, se rehúsa a apoyar semejantes atropellos a la democracia y al régimen de legalidad de su país. Algunos guatemaltecos con claros padecimientos de ablepsia ideológica aún defienden al dictador venezolano (son ya muy pocos, por cierto) y aluden con supina ignorancia a la “libre determinación de los pueblos”, aunque para mí deberían de ver la postura de Guaidó y Voluntad Popular como un ejemplo de verdadera convicción de valores democráticos por encima de su ideología.

Y es que en lo que a vivir en una democracia se refiere, no veo cómo “matizar”, como sugieren algunos analistas, las dictaduras de Venezuela, Honduras o Nicaragua. O se vive en una democracia bajo un sistema donde existen pesos y contrapesos, donde la ley se aplica a todos por igual (gobernantes y gobernados), donde existe alternancia pacífica del poder político y donde las resoluciones judiciales se acatan siempre, o no se vive en un régimen democrático.

Lo más preocupante es que en Guatemala ya vamos por ese camino dictatorial, por mucho que nos quieran vender la idea que tenemos instituciones fuertes y que vivimos en una “democracia”. Podemos ver que las resoluciones de la CC no las acatan ni el Ejecutivo ni el Legislativo, por lo que no tenemos contrapesos para estos poderes del Estado. La ley no se aplica de forma pareja para todos los ciudadanos, especialmente para quienes nos gobiernan, sirva de ejemplo el caso del hermano del Presidente saltándose los procedimientos establecidos para borrar sus antecedentes policiales y así tener libertad de participar en estas elecciones. La “alternancia” del poder político no es más que un cambio de rostros para el Ejecutivo, que siempre responden a los intereses de sus financistas y no a los de sus electores. Para el Legislativo y las Alcaldías, sin embargo, dicha alternancia no aplica, ya que la reelección de estas autoridades es indefinida y eso ha provocado que tengamos un sinnúmero de “dictadores” que también responden a los intereses de quienes los financian, consolidando una forma de dictadura mucho más compleja que la de un único tirano que se ha entronizado en el poder.

Los valores democráticos siempre deben ser absolutos e innegociables, independientemente de nuestra ideología, para que una verdadera democracia republicana, que es a lo que aspiramos, funcione.

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