Víctor Ferrigno F.
A los mártires de la Embajada de España.
Vivimos en una era donde la comunicación instantánea, gracias al Internet y la telefonía móvil, tiene una incidencia tan grande y tan extensa que puede moldear la percepción que la mitad de la humanidad tiene sobre la realidad. Por ello, las fake news, o noticias falsas, pueden atentar contra la verdad, y manipular a la opinión pública mundial.
Si bien no existe una definición unívoca, en general se entiende por fake news un tipo de bulo que consiste en un contenido pseudo periodístico difundido a través de portales de noticias, prensa escrita, radio, televisión y redes sociales, cuyo objetivo es la desinformación. Un bulo es una falsedad, articulada de manera deliberada para que sea percibida como verdad. (Wikipedia).
Las fake news tienen el propósito de manipular la conciencia ciudadana, y lograr incidir en la economía, en la política o en la cultura de un país o de una región. Se trata pues, de una nueva modalidad de desinformación, pero con alcances sociales nunca sospechados. Esto se debe a múltiples factores, entre los que destacan tres: la inmediatez y la cobertura de la información; la primacía del dinero sobre los medios; y el profundo desconocimiento ciudadano sobre el periodismo y los medios de comunicación.
Un estudio de la Universidad Complutense consigna que, en España, solamente tres de cada veinte internautas pueden detectar una noticia falsa; que nueve de cada diez las han difundido; que tres de cada diez han discutido por ellas; y que al 20% le han causado problemas laborales. Esto explica por qué cientos de personas en Guatemala se creyeron las patrañas contra Iván Velásquez, la CICIG, los Derechos Humanos y el enjuiciamiento a los genocidas.
Ahora, cualquier ciudadano puede subir información a las redes sociales, sin ningún control, lo cual fortalece la libertad de expresión, pero favorece la aparición de fake news, que cobran credibilidad cuando un medio las repite. Hoy día, ningún Estado puede controlar la difusión de noticias falsas, a menos que prohíba las redes sociales y atente contra libertades fundamentales.
Lo grave es que el control de las fake news puede ser una medicina con peores efectos que la enfermedad. WhatsApp y Facebook son dos de las plataformas con mayor penetración mundial, donde las noticias falsas campean libremente. El fenómeno fue en incremento, al grado que a la más famosa aplicación se le comenzó a llamar Facebook, por lo que sus directivos decidieron crear mecanismos de vigilancia para establecer qué información es verídica o falsa, atentando contra el valor más preciado de Internet: la libertad de expresión.
Facebook se jactaba de contar con 2,230 millones de cuentas, pero a mediados de 2017, tras una auditoría, establecieron que 1,270 millones eran falsas. A pesar de ello, censurar la información de casi mil millones de cuentas implica una capacidad de manipulación sin precedentes, considerando los mecanismos empleados.
Para controlar la información en sus cuentas, Facebook se alió con el International Republican Institute, del partido Republicano, y con el National Democratic Institute, del Partido Demócrata. Ambos institutos reciben fondos de la CIA, como se puede verificar en los portales gubernamentales. En Europa se alió con el Consejo Atlántico, el brazo académico de la OTAN. ¿Es democrático y deseable que la CIA, los dos partidos hegemónicos de EE. UU. y la mayor alianza militar establezcan qué es la verdad?
A finales de 2016, en una entrevista al periódico Tertio, el Papa Francisco definió con claridad el problema, al sostener que consumir noticias falsas equivale a comer caca.