Mynor Alejandro Alonzo Mencos
Tres cosas han quedado claras tras los acontecimientos de la última semana en Venezuela: 1. El Gobierno Bolivariano no ha podido responder a las necesidades de gran parte del pueblo venezolano. 2. La descarada intervención de EE. UU. es oportunista y busca controlar la mayor reserva de petróleo crudo en el mundo. 3. Los fantasmas de la Guerra Fría no se han superado.
Imposible fue no asombrarse (y preocuparse) con la cantidad de fotos y videos que mostraban a miles de personas manifestando en Venezuela el pasado miércoles, tanto a favor como en contra de Nicolás Maduro.
Los años que lleva EE. UU. de utilizar sus reservas han bajado los precios del petróleo crudo, convenientemente boicoteando al proyecto Bolivariano que fundamenta sus políticas en programas sociales financiados por las exportaciones del mismo.
El Gobierno venezolano respondió con la “profundización de la revolución”: Centralizando cada vez más poder y atención en la figura de Maduro y consolidando al enemigo interno como culpable de todo mal. Incluso la plenipotenciaria Asamblea Nacional Constituyente tuvo la oportunidad de refrescar, pero terminó únicamente reafirmando posturas oficiales.
El Gobierno del PSUV no ha caído por el respaldo que sus bases partidarias sostienen (lo cual no deja de ser interesante) y por la incapacidad de la oposición venezolana de articular acciones políticas (situación que está dando un giro con el ascenso de Guaidó a la Presidencia de la Asamblea Nacional).
Estados Unidos es por mucho el país que más petróleo consume en el mundo. Por eso, aunque también sea uno de los mayores productores del mundo, constantemente está vigilando e influyendo en los países que poseen reservas naturales.
Por eso no dudó un solo minuto en intervenir de forma tan descarada y oportunista en la política venezolana, debe aprovechar a imponer un gobierno con el que pueda negociar fácilmente antes de que los precios del crudo vuelvan a subir.
Todo se complica más cuando la mayoría de países de América y varios de Europa, lejos de pensar en el bienestar de la sociedad venezolana y promover mecanismos que bajen la tensión como lo sugirió la ONU, toman postura desconociendo a Maduro y reconociendo a Guaidó como presidente.
Dicha acción agudizará la crisis ya que implica bloquear al gobierno Bolivariano del acceso a la riqueza guardada en el extranjero y dejar de recibir el pago de deudas de países como EE. UU. Terminando de asfixiar a un modelo que resistirá hasta las últimas consecuencias.
El análisis en blanco y negro fomenta polarización, lo cual resulta fortaleciendo a las potencias intervencionistas. La Guerra Fría nos demostró que ninguna ideología es dueña absoluta del bien común y situaciones como la de Venezuela nos demuestran que los sueños y necesidades de un pueblo no caben en la democracia liberal ni en un Estado de Derecho.