Cartas del Lector

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Alfonso Mata

La fe política es un testimonio (respeto la llaman algunos) en la autoridad (así lo esperan políticos y grupos de poder) y entonces al ocupante del puesto, se le transfiere esa fe de gratis y eso se transforma en una creencia literal para el que llega a la vacante como en el que no. Bien decía alguien siglos atrás: “Es una forma de acallar los espíritus inquietos” y de tal forma que siempre se pretende que los menos puedan interpretar a su sabor y antojo la fuente de que emana ese poder: “La Constitución” y cuando lo hacen, lo hacen buscando la forma más clara de que menos se enteren lo que hacen o recubriendo lo actuado (que no se divulga) de actos caritativos (lo que se divulga).

La fe política de que estamos impregnados se ha convertido en la renuncia del pensamiento y en la abdicación de su libertad que incluso llega a ser regla aceptada y principio moral “así es y ha sido” y entonces el pensamiento político se eleva a dogma como principio inmutable. De esa forma, se logra encerrar la inteligencia en límites precisos que facilitan la imposición de una dirección “la política como caridad no como derecho” y con el deber de agradecer “al menos él o ella nos dan algo”. Al razonar con los que piensan así, claro que los podemos hacer entender y comprender, pero… no aceptar y así sucede; sólo hasta cierto punto y más allá “no hay razón que los mueva” excepto si satisfacemos deseos que obran en su conciencia, para lograr que se desvíe y eso lo sabe el político dador de dádivas y lo usa precisamente porque eso consolida la fe de la persona en el cargo y esta es una fuerza superior a la de la razón. El comportamiento “de los espejitos” babosea a cualquiera y eso es sabido desde Colón.

Colocar la creencia en una esfera superior al pensamiento tiene otro problema: no permite ni obliga a pensar y crea afirmaciones como: “No me gusta la política, no puedo hacer nada, pero voy a votar por el menos peor”, son manifestaciones que la fe misma impone, al igual que no creyendo en política ni en políticos, se va a votar y eso se vuelve sagrado e inviolable e incontestable, pues lo que hemos hecho es subir la política a principio religioso, en que a pesar de carecer de razones para creer, es más meritorio abrazar la creencia bajo el cumplimiento de la ley no por responsabilidad social, sino por obligación. Vivimos aún en medio del pensamiento de una edad media en que entra a jugar el principio religioso: “El corazón se levanta a medida de que el pensamiento se rebaja“. Vemos la política y la vivimos entre obediencia y libertad moral: nos han robado, se violentan leyes, y hay violaciones a diestra y siniestra en múltiples campos de los derechos humanos, sin que en ello haya de nuestra parte acción de pensamiento. Eso sí, esperamos que todo cambie.

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