Fernando Mollinedo C.
En 1524 ingresó el ejército invasor europeo a una región habitada por diferentes pueblos originarios con idiomas, costumbres, creencias y gobernantes distintos; por supuesto la vida no era de color de rosa pues tuvieron autoridades en cuanto a orden, comercio, vida social y religiosa.
La tierra era de todos los trabajadores; los españoles hasta cierto punto respetaron esa tradición legalizando las comunidades indígenas, tal práctica continuó hasta el gobierno de los treinta años; la Revolución de 1871 quitó el suelo a los nativos entregándolo a latifundistas y compañías extranjeras.
Se instauró el poder real español y apareció por arte de magia la ignominiosa costumbre del lambisconerismo, es decir la adulación de oficio para quienes ejercen el poder en cualquiera de sus manifestaciones. Se inició el mestizaje, sincretismo religioso y nuevo poder relacionado con la propiedad, la sujeción política y cuadros de mansedumbre y esclavitud impuestos por los nuevos amos y señores con sus crapulosas cohortes de indios mexicanos también vencidos, marcaron nuevas formas de vida.
Por ello derivaron las dictaduras cuya historia es la misma en todas partes y todos los tiempos: sea en grandes o pequeñas naciones. Carlos Alberto Sandoval Vásquez, en su libro Leifugados (1946) dice: “todos los dictadores para justificar la transgresión de la ley hablan de orden social, progreso y bienestar. A nadie más que a ellos se les facilita cumplir sus ofrecimientos, porque disponen de tiempo sobrado para su labor gubernativa y sin que los planes sufran estorbo, desde luego que la oposición, o no existe o es aniquilada.
Los dictadores de régimen personal utilizan la censura solapada y cualquier deseo popular de restablecimiento constitucional, lo toman como amenaza de Estado y particularmente como peligro social”. En Guatemala a ese peligro, se le ha llamado conservadores, comunistas, insurgentes, guerrilleros, alzados, delincuentes políticos y otros calificativos, con ese estigma a la población se le ha vejado, asesinado, exiliado por quienes prometieron al pueblo “honradez” pero resultaron farsantes grotescos y vulgares ladrones; mentirosos, mitómanos, prepotentes, ignorantes y mal educados, aunque posean títulos universitarios (comprados o no).
Los guatemaltecos hemos tenido jefes de Estado, presidentes, vicepresidentes, cancilleres, embajadores, alcaldes, gobernadores, ministros y toda clase de gobernantes que en actitud de hipocresía asisten los domingos a los servicios religiosos de las diferentes denominaciones católicas y protestantes, y que, por el resto de la semana comenzando por el lunes desempeñan un papel de sátrapas y traidores a los intereses de quien se deben: la población, con perjuicio del honor internacional, menoscabo de la justicia y en detrimento de las instituciones del país.
Raro el gobernante que no cayó en el delirio de filiación, el cual se encuentra en los niños desheredados, abandonados de la fortuna por la falta de cualquiera de sus progenitores, por ello, se vengan de sus adversidades infanto juveniles castigando a la sociedad por sus pasadas carencias.