Juan Antonio Mazariegos G.
Hace unas semanas comenté en esta misma columna la relevancia que a mi juicio cobraba el anuncio del gobierno de López Obrador en México, acerca de la implementación, junto a EE. UU., de un Plan Marshall para Centroamérica, inspirado en el plan que alguna vez logró relanzar las economías de las naciones que habían sido vencidas y quedaron destruidas al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
Para nadie es un secreto la enorme necesidad de desarrollo que tienen nuestros países y el efecto que estas carencias producen en la mente y en la realidad de jóvenes y personas de todas las edades que sin un futuro o una oportunidad en su país deciden abandonarlo para ir a buscar lo que se ha dado en llamar el sueño americano, en resumen, trabajo, techo, comida, salud y educación, satisfactores que evidentemente no tenemos la capacidad como nación de brindarles.
Esta semana y de conformidad a una noticia publicada por el matutino Prensa Libre, en una declaración conjunta, los gobiernos estadounidense y mexicano anunciaron la implementación del Plan para el Desarrollo Integral de Centroamérica (PDICA) y revelaron que el mismo impulsará zonas económicas en el sur de México, proyecto que pretende brindar oportunidades de empleo para los centroamericanos.
Sin duda el plan propuesto identificó el problema, la necesidad se manifestaba de manera latente en todos los medios noticiosos que cubrían el desplazamiento de la caravana de migrantes que desde C. A. cruzaba México con rumbo a EE. UU.; y no está de más decirlo, los pueblos y gobiernos de México y EE. UU. pueden hacer con su dinero lo que mejor les parezca, y en consecuencia decidieron implementar el Plan PIDCA en el sur de México y atender el desarrollo y la infraestructura de los estados Mexicanos de Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco y Chiapas: sin duda la inversión, si es bien aplicada, llevará progreso y desarrollo a esos estados pero dejará en las mismas a millones de centroamericanos que el único cambio que verán es si cambian su sueño americano por uno yucateco.
Sin duda somos los mismos centroamericanos los causantes de nuestros males, sin duda somos los primeros llamados a aportar soluciones y si de algún lado nos cae una ayuda para lograrlas debemos de estar agradecidos. Lo que no está bien es que se confunda o tergiverse la necesidad, el objetivo o la solución de los problemas y se crea que desarrollando esas otras regiones del vecino del norte vendrá por ósmosis el desarrollo a Centroamérica. Si EE. UU. hubiese pensado de esa manera en 1948 hoy el Plan Marshall no sería una referencia. Qué bien por México y su desarrollo, el problema de fondo a mi juicio no se solucionará con este Plan y las propuestas de desarrollo que presenten los partidos políticos en contienda, para las elecciones que se avecinan podrá ser un buen norte para descartar a quien no presente un plan integral que solucione el grave drama humanitario que provoca nuestra migración.