Mario Alberto Carrera
marioalbertocarrera@gmail.com
Entre 1976 y 1977 cursé la maestría en Administración Pública, con especialidad en empresas culturales, en la Universidad de Venezuela (Caracas) becado por la OEA. Aquel mismo año del 76, hace hoy poco más de 40, aparecía (en la misma ciudad del nacimiento de Bolívar) un libro titulado “Hundiéndonos en el excremento del Diablo”, firmado por el doctor Juan Pablo Pérez Alfonzo que, curiosamente, había sido fundador de la OPEP y quien “ahora” (1976) la cuestionaba acremente, demostrando que -ya en aquel momento- el petróleo no había significado para Venezuela más que polarización y mayor pobreza y casi ningún desarrollo humano. De inmediato adquirí y leí el libro porque hacia parte de una de las asignaturas de la maestría, a lado de otro clásico venezolano: Simón Rodríguez, maestro del Libertador, con su obra: “O inventamos o Erramos”. Ambos textos enfocan progreso, civilización, desarrollo, con lente muy ácida, dudando de las bondades de sus significados prácticos.
Mucho antes, y por haberme sometido a una terapia psicoanalítica que duró varios años, bajo la dirección de los psicoanalistas Porras, Forno y Morales Chinchilla, pude hundirme en otro mundo: el de los fantasmas de mi inconsciente que me ha llevado a la producción de varias novelas y de dos libros de cuentos, uno de ellos precisamente titulado “Cuentos Psicoeróticos”.
Entonces pude manejar construir y “deconstruir” semánticas, lexicones y terminologías en otra clave y descubrí (ya antes de leer a Pérez Alfonzo) que la mierda está directamente relacionada con el oro, el dinero, el despilfarro o la avaricia, especialmente en la que Freud llamó personalidad anal.
El infante sólo conoce una riqueza que es producto de sí mismo: la caca. Y es el gran regalo que ofrenda a sus progenitores, que casi siempre aplauden la producción y el obsequio, porque significa que el niño está saludable. Más tarde, y cuando todo esto ha sido olvidado y guardado en el inconsciente, los humanos -según nos va en el mundo- nos volvemos despilfarradores -es decir, con diarreas- o estreñidos, esto es, avaros…
La cosa es que -no importa el punto de vista con que lo enfoquemos- el oro, la riqueza, el, dinero ¡finalmente!, siempre tendemos a identificarlo como el excremento del Diablo, porque nos acarrea dolor y sufrimiento. Los grandes sabios lo han despreciado. Desde Buda a Jesucristo, porque el oro tiene karma y lo que se ha obtenido mediante la explotación o el despojo de otros (o la plusvalía que decía Marx) regresa convertido en tragedia. El bien que es el mal, según Nietzsche.
Los casos de Bernardo Caal y de Carlos Vielmann son claros ejemplos de las reflexiones que durante estas dos columnas he realizado: la dialéctica del poder y de la mierda. Vielmann corresponde al polo social donde al rico, al poderoso y al opresor “le está permitido todo”, apelando a los derechos que Maquiavelo le otorga al Príncipe, que puede tener y tiene, una moral a la medida de su poder, “personalizada” y según le convenga. En esto se basa –entre otras excusas- la doctrina y la política de la limpieza social, tan cultivada en tiempos de Berger.
En el otro polo se enraízan los condenados de la tierra de Fanon. Los Bernardo Caal, que no encuentran otro recurso ¡para vociferar su martirio!, que la ilegalidad. Igual que, en su día, los furibundos ilegales que tomaron La Bastilla y que pagaron con su sangre el sueño de guillotinar al dueño de toda la mierda (o el oro) de Francia: Luis XVI.