Alfonso Mata
Los filósofos, historiadores, sociólogos, artistas y poetas, a lo largo de los siglos, nos han mostrado casi como ley, el uso del miedo en la política. No sólo las guerras o las plagas paralizan de miedo a las sociedades, una situación actual y el futuro lo hace aún más. Miedo a ataques de todo tipo: migraciones, extremismos, caída de la bolsa o quiebra de bancos; cualquier problema económico o social o acto de justicia, es un sentimiento que rápidamente se vuelve altamente político, desencadenando de manera más que irracional, emociones y pasiones.
Pero lo más importante del miedo político es que genera poder y entonces su importancia estriba no en su uso, sino en cómo, para qué y por qué se usa y en beneficio de quiénes.
Pareciera que el miedo desencadenado por el poder político dentro de nuestra sociedad, tanto durante la colonia como en la actualidad, tiene un solo fin: que el pueblo obedezca y el obedecer implica cambiarle el casete a su comportamiento y manera de entender. Analice usted lo sucedido con la interpretación de la población sobre el actuar de la CICIG y el MP y se dará cuenta del cambio emocional de opinión de un 2015 a la actualidad, cambio con ninguna cantidad de elementos racionales más que uno: atrapados por el miedo, los políticos y los transgresores, con sus aseveraciones, no se atienen a la lógica ni al razonamiento más que por una condición que el pueblo no analiza: una excusa para mantenerse y mantener el método de gobierno, el programa político que desarrollan, independiente de los sentimientos, deseos y lo peor, necesidades de los ciudadanos y justicia.
El final de este negocio propiciado por la inmoralidad y oportunismo de un lado y la ignorancia e ingenuidad del otro, es que el temor en el ciudadano debilita su voluntad y como dice la psicología: «Tener miedo significa estar listo para obedecer”. Es por eso que el miedo se convierte en una herramienta en la política, y un comportamiento popular ciego, que es lo que sostiene el estatus político.
Pareciera que al ciudadano se le alecciona desde temprana edad a responder al miedo y lo entiende como una experiencia personal y lo utiliza muy irracionalmente. El niño que intimida a la madre con quitarle su amor si no obedece a sus caprichos, en el adulto se transforma en incapacidad para ver y analizar de cada acto político sus amenazas: ¿a quién afectan? ¿de dónde vienen? ¿cómo enfrentarlas? Y aunque las perciba, el temor a perder si actúa, se sobrepone a sus principios, dejando el espacio al antojo del político. En ese espacio, en unos se vuelve conformismo, en otros aprovechamientos.
Deberíamos entender que el buen gobierno se basa en el respeto de la Constitución y en un ejercicio de valores éticos como la justicia, que garantiza el bien común y no miedos. Lo que debe importar al ciudadano, como dice Boucheron, es detectar dónde están las maquinaciones en los hechos y no empacharse de propaganda y haraganear en el conformismo.