Alfonso Mata
No sin inquietud veo la impasividad de la gente, ante como se desmoronan las responsabilidades legales del Estado. Desilusión, temor, ignorancia, complicidad, todo se une en el ciudadano (llamado así porque vota cada cuatro años) crecido en un ambiente ajeno a la actividad de la vida pública y poco confiable para creer en otros; formado así con una visión pobre, ni siquiera mediocre, de lo que es la vida política y social, activando neuronas con preocupaciones materiales, alejado de la vida nacional.
Somos pues, una nación de apolíticos, si así se nos pudiera decir, que consideramos como únicas actividades dignas, el capitalizar bienes y revestirnos de ideas y de fórmulas de un hoy hecho para responder a nuestros deseos y fantasías, pero jamás preparados para realizar malabarismos con ideas y acciones, para enfrentar situaciones graves de una realidad política, ambiental y social, llena de obstáculos considerables para muchos y menos de formar causa para mejorarla. Nuestra educación, nuestro vivir y concebir razones, nos ha llenado de grandes prejuicios que nos orillan a satisfacer a como dé lugar intereses muy diversos, sin encarar el problema central de nuestra nación: la falta de realización de potencial humano y su desarrollo.
Desde tempranas etapas de nuestra vida, el miedo al Otro nos resulta evidente y creamos toda una serie de conductas y rituales, para la canalización y realización de emociones transcritas a un «Sálvese quien pueda y como pueda» llenando nuestra conciencia y mente de temores, cóleras y envidias, que refuerzan nuestros procesos viscerales de agresión y violencia, invitándonos a luchar entre nosotros. Con eso ¿qué obtenemos? un descenso súbito, generación tras generación, de la organización social y también una reducción a un nivel inadecuado de las funciones políticas y sociales y aparecimiento de síntomas por todos lados, de desintegración y afán de lucro, fortaleciendo con ello la falta de respeto al «Otro» y grandes y múltiples insatisfacciones primarias en los menos aptos al desarrollo.
Encarar el problema de nuestro sistema político sin encarar el social es tremendo error; no logra romper con prejuicios inveterados, cargados de poderosa penetración arbitraria de lo que es justicia y equidad, y obliga a actuar con egoísmo y por tanto con confusión de inclinaciones e intereses muy diversos, ante las necesidades individuales y las que demanda el problema de nación. Obviamente que las elecciones y voto no resuelven ni son el mejor camino para la solución del conflicto entre sociedad, estado y gobierno. Es cierto que ciencia, técnica, las leyes, han elevado educación, salud, vivienda; pero, debajo de eso, se han engendrado terribles fuerzas que lo que hacen es deshumanizarnos y detener nuestro camino hacia una sociedad justa, haciéndonos persistir en una lucha de clases llena de sentires y pensares, que en una última instancia nos afecta a todos y levanta fanáticos partidarios de poder absoluto y riqueza a toda costa, que sostienen que las leyes valen para los más, menos para ellos y consecuencia de este misticismo, es lo que nos toca vivir.