Emilio Matta Saravia
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El sábado pasado La Hora publicó un excelente trabajo de investigación donde evidencian el incuestionable aporte de las remesas familiares a la economía nacional, y el miércoles de la semana anterior en su columna de Opinión el señor Jorge Morales Toj (a quien tengo el honor de conocer personalmente) se cuestiona que pasaría con nuestra economía si no existiera el flujo de remesas que envían nuestros paisanos todos los meses del país del norte.
Es un muy interesante cuestionamiento sobre el que me permito ahondar un poco hoy. Las remesas familiares sumaron 8 mil 192 millones de dólares en 2017 y en el último lustro han tenido un crecimiento promedio anual de 12% (nuestra economía no ha superado el 4 % de crecimiento anual en el mismo periodo). A octubre de este año las remesas suman ya 7 mil 687 millones de dólares, por lo que seguramente superarán el 10% de crecimiento anual en 2018. De acuerdo con el trabajo publicado en La Hora el sábado, las remesas representan alrededor de un 12% del PIB anual, por lo que, de no ser por el aporte de las remesas (y su alto ritmo de crecimiento) a la economía, el crecimiento de ésta sería menor al 2% (aproximadamente un 1.7%).
Las remesas también ayudan a mantener un tipo de cambio estable, con tendencia a la baja, ya que debido a su ritmo de crecimiento han aportado equilibrio a la balanza comercial de nuestro país (típicamente deficitaria debido a que las importaciones superan a las exportaciones) equiparando la oferta con la demanda de dólares.
En un supuesto caso que las remesas familiares fueran solamente la mitad de lo que realmente son, es decir, alrededor de 4 mil millones de dólares anuales, y con un crecimiento similar al de la economía, en los últimos cinco años el Banguat hubiese tenido que desembolsar más de 17 mil millones de dólares solamente para amortiguar la más que segura devaluación de nuestra moneda, con la consiguiente escalada inflacionaria. Lo más crítico es que 2 millones de personas (las que disponen de menos recursos económicos) tendrían 1,600 dólares anuales menos para su consumo, principalmente en alimentos y vivienda. Tendríamos entonces industrias nacionales, en los mismos rubros señalados anteriormente, que verían sus ingresos seriamente mermados por un menor consumo de sus productos y muy probablemente con precios más altos en sus materias primas y transporte debido a la ya referida inflación. Es decir, el escenario económico que tendríamos sería mucho más complicado que el actual.
Lo más deplorable del caso es que nuestras autoridades han demostrado no tener ningún interés en nuestros compatriotas en los Estados Unidos que son los que en buena medida sostienen nuestra maltrecha economía y su pírrico crecimiento. También se niegan a promover políticas públicas para evitar que nuestros conciudadanos engrosen esa triste caravana silenciosa que semana tras semana se expone a todo tipo de vejaciones con tal de tener un mejor futuro.