Víctor Ferrigno F.
Donald Trump le dio un vuelco a la política interior y exterior de EE. UU., generando una polarización creciente entre la ciudadanía de su país, por lo que las elecciones legislativas de medio término constituyeron una suerte de plebiscito, del cual salió relativamente debilitado, pues los republicanos mantuvieron la mayoría en el Senado, pero la perdieron en el Congreso.
Lo anterior implica que Trump tendrá serias dificultades para impulsar su agenda nacional, pero podrá seguir agitando las aguas políticas internacionales, aunque con menor respaldo senatorial. Hasta el final de su periodo no podrá lograr la aprobación de ninguna ley importante, y le espera una avalancha de investigaciones legislativas, especialmente por su manejo de los órganos de inteligencia.
En el ámbito internacional, Trump ha roto con el multilateralismo, ha sacado a EE. UU. de varios foros fundamentales de la ONU, y ha apoyado a los gobiernos ultra nacionalistas de derecha en Italia, Austria, Polonia, Turquía, Israel, etc. Alarmantemente ha retirado a EE. UU. de los tratados nucleares con Rusia y con Irán.
Su mayor logro ha sido renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, obteniendo beneficios para la política nacionalista y endógena que impulsa, así como la apertura de negociaciones con Corea del Norte.
Lo que más espanta a sus adversarios es su cuestionamiento al papel de la OTAN, y el costo que le significa a EE. UU. Alega que el objetivo estratégico de la Alianza Atlántica es defender a Europa de la presunta amenaza rusa, pero a un costo altísimo para EE. UU., que aporta el 68% de su presupuesto de 936 mil millones de dólares, mientras que de los otros 28 integrantes, solamente cinco cumplen con aportar el 2% de su PIB al gasto militar.
Trump encabeza una corriente del llamado capitalismo productivo, contrapuesto al dominante capitalismo financiero, por lo que reciente tener que invertir tantos recursos en la Unión Europea (más de 636 mil millones de dólares), que le serían de gran utilidad para impulsar su ambicioso programa de infraestructura, buscando generar empleo y derrama económico-social para sus seguidores.
En cuanto a la guerra de aranceles impuestos por Trump a China y a la Unión Europea (UE), se rige con la misma lógica. EE.UU. tiene una balanza comercial deficitaria con el gigante asiático de más de 375 mil millones de dólares, y con la UE el desbalance es de más de 151 mil millones. Por lo tanto, Trump busca equilibrar la balanza comercial, y forzar a las empresas a reubicarse en suelo estadounidense, para alcanzar mayores tasas de empleo e ingresos para los obreros blancos que le apoyan.
Mucho se ha debatido sobre el plan de Trump, pero lo cierto es que el año pasado EE. UU. creó dos millones de empleos, y que la tasa de desempleo se redujo a 3.9% en abril pasado, la más baja de los últimos 17 años. El desempleo ha decrecido durante los últimos 91 meses, debido a múltiples factores, pero muchos trabajadores estadounidenses ven a Trump como un político creíble, que “pone a América primero”.
Lo anterior ha provocado que Trump continúe siendo una locomotora electoral de una parte del país, mayoritariamente rural, blanca y conservadora, pero sigue desatando la ira de la otra mitad, urbana, multicultural, y liberal, por su desprecio a la democracia y a los DDHH, su racismo contra los migrantes hispanos, y su ultraje hacia las mujeres y la comunidad LGTBI.
Como ningún otro presidente, Donald Trump ha conseguido escindir profundamente a la ciudadanía de su país, en todos los ámbitos, provocando una crisis interna, que bien podría dar origen a los Estados Desunidos de América.