Adolfo Mazariegos

A mediados de la semana pasada leí la noticia del trágico final que tuvo la vida de un niño de once años quien fuera arrastrado por la corriente de un río crecido en Malacatán (San Marcos). Mi primera reacción, mientras leía la nota, además de la consternación, fue una suerte de reproche hacia los padres que, no previendo lo que podía suceder con tal atrevimiento, se aventuraron a cruzar el río con su hijo menor cuyo final, de más está decirlo, fue prematuro, triste y evidentemente trágico (no dejo de experimentar cierto sentimiento de contrariedad en tal sentido). Sin embargo, cuando se va más allá, intentando comprender con mayores elementos de análisis una situación de esas, el asunto se torna preocupante, dado que desnuda la realidad de gente que en muchas comunidades rurales del interior del país no tienen más opción que arriesgar sus propias vidas porque sencillamente no hay otra forma de hacer ciertas cosas tan elementales como llegar a sus propios hogares. Según la nota periodística que leí al respecto, publicada el 9 de octubre pasado, no es la primera vez que sucede una tragedia similar en el mismo sitio (Véase: https://www.prensalibre.com/ciudades/san-marcos/hallan-cuerpo-de-edison-matias-el-nio-que-fue-arrastrado-por-un-rio-en-malacatan-san-marcos). Un socorrista que estuvo en el lugar, explicó que solamente en el mes de mayo último, diez personas fueron arrastradas por dicho río (río Petacalapa) de las cuales dos hombres y una monja corrieron con la misma suerte del niño que hoy aquí nos ocupa, es decir, también fallecieron ahogados y sus cuerpos fueron localizados posteriormente en distintos lugares lejos del área por donde intentaron cruzar. Pasar de un lado a otro por ese río es la única forma que los residentes de la comunidad tienen para llegar a sus hogares. Aparentemente no existe otra vía (de lo cual no puedo dar fe en virtud de que no conozco el área), pero resulta lamentable la pasividad e indolencia de las autoridades que una vez más parecieran no prestar atención a las verdaderas necesidades de gente que, alejada de los centros urbanos, como en este caso, no ven otra alternativa más que resignarse a lo que la naturaleza les depare y aceptar, desde lejos, que ni sus diputados distritales, ni alcaldes, ni gobernador, ni gobierno central hagan nada para evitar tragedia tras tragedia, a lo cual, dicho sea de paso y como anoté en alguna ocasión en este mismo espacio, pareciera ser algo a lo que un considerable número de habitantes del país se va acostumbrando con resignación y aceptando como algo normal e incambiable. Guatemala es un país sumamente expuesto a los embates de la naturaleza, lo comprobamos constantemente, pero la irresponsabilidad, la ineptitud, la incapacidad y la indolencia ante las reiteradas tragedias y desgracias que se viven en distintas áreas del territorio nacional, eso…, eso es otro asunto… Evidentemente el Estado está incumpliendo, entre otros, varios de los primeros artículos de su Ley Suprema: la Constitución Política de la República.

Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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