Sandra Xinico
sxinicobatz@gmail.com
Hace 526 años el mar Caribe fue testigo de la invasión más grande a los territorios originarios de la que hasta hoy no nos hemos recuperado los pueblos nativos. El genocidio ha venido desde entonces. Desde ese momento se empezaron a romper los hilos con los que se estaban tejiendo nuestros caminos. No puedo ni imaginarme lo que ese momento significó para nuestras ancestras y nuestros ancestros. Todo lo que esto desató y provocó. Cuánto dolor y muerte. No fue el encuentro de dos mundos, fue un mundo que se impuso sobre otros mundos con violencia, traición y despojos.
Culturas enteras fueron desaparecidas. Se quemaron pueblos enteros. Se esclavizaron y asesinaron a miles. Este proceso invasivo llevó décadas y las narraciones de lo ocurrido parecen de terror. Mucha gente huyó a las selvas y montes, mientras corrían les echaban a los perros para que los mataran a mordidas. Quienes no se dejaron someter fueron quemados vivos, fueron muertos a través de las peores formas que nunca imaginaron experimentar.
Los cuerpos de las mujeres fueron sometidos e invadidos. Las violaciones sexuales fueron una estrategia colonizadora con la que se fue imponiendo la idea de que la mujer era un objeto, una cosa con la que se puede hacer lo que se quiera. Desde entonces a las mujeres nativas se nos impone un sistema patriarcal que no sólo pone en riesgo nuestras vidas, sino que nos hace vulnerables de múltiples formas pues desde entonces se comenzó a ubicarnos en el escalón más bajo de la sociedad.
Para los invasores y colonizadores también fue fundamental inscribirnos en la historia como derrotados, acabados y perdedores. Construyeron la idea de fuimos “conquistados” y esto es lo que la niñez aprende del sistema educativo hasta hoy. El racismo fue también una estrategia efectiva para cortarnos de nuestra raíz. Nos hicieron ver peor que animales. Desde allí viene alimentándose la idea de que somos pobres, incivilizados, diabólicos. Nombraron nuestras ideologías con términos racistas de las que no nos hemos liberado. Nos han puesto los nombres que quieren como aborígenes, indios, indígenas. La raza existe desde ese 12 de octubre de 1942, cuando Cristóbal Colón llega a las Antillas creyendo que encontraba la India y murió creyéndolo. La historia lo registró como descubridor, algo que también siguen memorizando las niñas y los niños en las escuelas y colegios.
Pocas veces reflexionamos en la fuerza que los pueblos han tenido en todo este proceso invasivo y despojador (que no cesa). Se invisibiliza que adaptarse para sobrevivir fue una capacidad que los pueblos desarrollaron para no dejar de existir. Nos han enseñado a no ver las luchas que libraron nuestras ancestras y nuestros ancestros, para que no nos demos cuenta que no todo se trató de ceder y dejarse someter. Las sublevaciones se dieron constantemente, la rebeldía es una fuerza que tenemos hasta hoy de no dejarnos desaparecer.
Tenemos la gran necesidad de seguir tejiendo nuestras voces para hilar de nuevo nuestra historia y así continuar tejiendo nuestra identidad.