Esta madrugada se pronunció la sentencia en el caso iniciado por aquella “agüita mágica” que constituyó un fraude patrocinado por la entonces Vicepresidenta de la República, Roxana Baldetti, quien hizo gala de todo el cinismo y la desfachatez que ahora muestran los Morales, Cabrera, Jovel, Degenhart y su combo de diputados, para burlarse del pueblo que la había electo y concretar uno de los tantos casos de corrupción para su propio enriquecimiento. Quince años y seis meses es la condena que le corresponde por éste que es apenas el primero de muchos casos en su contra, lo que permite suponer que con todo y las rebajas de penas que pueda recibir en el futuro, la señora Baldetti pasará mucho tiempo tras las rejas.

Nadie puede alegrarse del daño o el sufrimiento ajeno, pero la sociedad tiene que mostrar júbilo cuando se hace justicia porque vivimos en un país donde se ha hecho hasta lo imposible para asegurar impunidad y por ello se ha consolidado un modelo en el que nos saquean perpetuamente. Ese sufrimiento de la señora Baldetti se lo ganó a pulso con sus actitudes y sus desplantes, no digamos con su ambición sin límite que, por cierto, también debemos de alguna manera celebrar porque fue tanto su desplante que hizo fácil para la ciudadanía entender de qué madera están hechos los corruptos y hasta dónde están dispuestos a llegar con tal de enriquecerse de manera ilícita.

Hay rostros y figuras que se convierten en emblemáticos por lo que llegan a representar y entre los nombres mencionados en esta nota editorial hay abundantes ejemplos de cómo la ciudadanía puede asociarlos, sin ningún esfuerzo, con lo que es ese sistema perverso que ha robado hasta la esperanza a la gente que prefiere correr los riesgos de la migración a seguir luchando estérilmente en este país por lograr un mejor nivel de vida.

La justicia no es ni debe ser venganza, pero sí que tiene que jugar un papel importante en el ejemplo que se debe dar en la sociedad de que el crimen no paga, que las viandas, vestimentas, propiedades y lujos que ostentan los pícaros no valen la pena si el destino es ir a pudrirse en una cárcel de esas prisiones que los mismos corruptos han mantenido en el abandono porque, al fin y al cabo, nunca creyeron que les tocaría el turno de ser inquilinos de el régimen carcelario que humilla y destruye a las personas en vez de facilitar su rehabilitación, objetivo en condenas cortas, pero no en criminales condenados a ser refundidos.

Redacción La Hora

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