Juan Jacobo Muñoz Lemus
Una persona formada hacía cola para ingresar en un sitio. De pronto apareció un influyente, le hizo salir y tomándola del brazo la llevó hasta el principio de la fila, para que ingresara inmediatamente. Toda la gente indignada, aseguraba que, de no haber sido por aquella maniobra turbia, nunca hubiera accedido al lugar.
Mi tesis es otra. Pienso que finalmente hubiera llegado a la entrada. Me parece obvio, ya estaba en la fila y quería ingresar. Lo del influyente fue un acelerador, pero nada más.
Para los afectados, fue más fácil pensar que su impotencia no era tanta, y que todo se debía a los excesos de dos abusivos que sin dar explicaciones y haciendo lo que les daba la gana, aprovecharon el momento. La gente para no sentirse débil, intentó no ser la explicación, olvidando que cada quien se explica consigo mismo.
Mi segundo punto de tesis, es que nadie es tan inocente. El de la fila se dijo a sí mismo, que él no pidió que lo ingresaran, que todo fue un azar, y que cualquiera hubiera aceptado la ventaja. Lo que no dijo fue que interactuó con el encargado con la arrogancia de ideas convincentes y palabras bien dichas para salirse con la suya. No dijo que era uno de esos seres que no ama, pero que ama que lo amen y por eso enamora.
La manipulación es un monstruo. De no ser así, por qué tanto discurso elegante y rostros amables que se transforman fácilmente gracias a la protervia (uno de aquellos monstruos), que se obstina en la maldad y la perversión.
Mi tercer punto es que los aceleradores siempre van a existir y son capaces de activar monstruos dormidos que solo esperan el momento para emerger. De ellos conozco varios y los veo a diario. El dinero, el poder, el prestigio, son algunos; pero igual he visto monstruos despertar con el sexo, las drogas y las ideologías. Debe haber más, que cada quien atienda los suyos.
Todos los monstruos habitan dentro de nosotros, esperando despertar; no tiene caso insistir en ser distintos. No creo que sea una misión humana poner gente en su lugar, criticarla, ni desenmascarar a nadie; las máscaras duran hasta cuándo deben caer; nadie merece nuestra venganza. También disimulamos lo nuestro negando o proyectando para fingir que las cosas malas no pasaron, hasta que cae la máscara.
Tengo un cuarto punto. Los monstruos emergen porque nadie soporta la vida real por insípida y sencilla, digamos que no entusiasma fácilmente y preferimos tener a ser. La trascendencia debería ser en esencia un mito, y no como en la práctica, un rito. La realidad en manos de la humildad y la arrogancia, son dos realidades distintas. Y en la locura monstruosa de no saber quién se es, termina uno queriendo parecerse a alguien, o tal vez desaparecerse a sí mismo. De no ser así, no estaríamos consumidos por el consumismo.
Quinto y último punto. Para evitar que los monstruos nos sometan, hay que devolver su lugar a la imaginación; que logra que las cosas casi pasen. No es necesario ensuciar la fantasía con la realidad, buscando ser tan concreto. Quien no se resiste a ser primitivo, sigue persiguiendo la adoración de tótems. Creemos que conseguir algo es cerrar círculos, pero es solo dar vuelta en redondo persiguiéndose la cola. El alivio que dan las consecuciones solo sirve para apasionarse, estancarse y engañarse.
Siempre estamos en la ocasión de iniciar un camino. Me emociona mucho que mi vida pueda ser tranquila y poder estar despierto para ver despertar a mis monstruos.
Pienso en la muerte y veo que todos estamos en la fila, pero no estamos haciendo cola.