Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Cuando se produjo la elección del año 2015, en plena efervescencia y asco por el descubrimiento de la inmensa corrupción que produjo el secuestro del Estado para los más bastardos intereses, nadie pudo imaginar que el resultado de esa decisión ciudadana nos llevaría de retorno al pasado oprobioso del autoritarismo que ni siquiera Otto Pérez Molina, en sus más oscuros y difíciles momentos, pensó siquiera. Un viejo militar que había sido encargado de los servicios de inteligencia del Ejército y que conocía el efecto que la represión podría provocar en esas multitudes que desbordaban las plazas, no cayó en la tentación de recurrir a las viejas prácticas para salvar el pellejo y sabiendo lo que le esperaba se sometió al imperio de la ley y terminó en prisión encarando las consecuencias de sus actos. Y eso que los mismos que ahora rodean a Morales y controlan ese tenebroso Consejo Nacional de Seguridad le aconsejaron resistir, pero supuso que era imposible frenar el curso de la historia.
Se eligió a un candidato que no tenía credencial alguna y que ante el rechazo que generaban Baldizón y Torres como rostros de esa vieja y sucia política causante del descalabro, recibió un alud de votos de incautos ciudadanos que creyeron castigar a los corruptos sin darse cuenta que terminarían premiándolos. Hoy los corruptos muestran todo su poder y desde la misma prisión VIP del Zavala están dispuestos no sólo a detener el curso de la historia sino a borrarla de un plumazo para reinstalar, vigorizado y consolidado, el poder de los que llevan años hartándose con los recursos públicos empobreciendo a los guatemaltecos resignados a seguir siendo un pueblo sin presente y ciertamente con un futuro absolutamente negro.
¿Quién hubiera imaginado en esos meses finales de 2015 que la lucha contra la corrupción terminaría siendo apenas una anécdota en la historia del país? Anécdota que sirve para demostrar la fragilidad de avances que no fueron valorados por la gente que se ha cruzado de brazos ante la avalancha bien orquestada de los corruptos que se supieron reagrupar aprovechando esa indiferencia ciudadana exacerbada por el fantasma de una polarización artificialmente creada que hizo creer a muchos que la lucha por la decencia era una maniobra de la izquierda para “destruir” al país.
Si uno pregunta a los que hablan de ese petate del muerto de la izquierda o la derecha qué es lo que significa ser de izquierda o ser de derecha, no tienen respuesta porque no logran identificar por qué es que a alguien se le zampa el sambenito. En el país muchos queremos justicia, progreso, bienestar y desarrollo. Pretendemos oportunidades para que todos los guatemaltecos puedan realizar sus sueños y aspiraciones y eso no es una plataforma de la derecha o de la izquierda. Todos sabemos que la corrupción impide conseguir esos objetivos en un Estado que está al servicio de quienes lo secuestraron para acumular riqueza y privilegios, pero pareciera como si nos hemos resignado ante lo que la fuerza bruta y los millones de la corrupción hace parecer inevitable.
En manos de nosotros, los ciudadanos, está el destino del país y no podemos simplemente tirar la toalla sabiendo que, en estas condiciones, el sistema se recompuso.