Eduardo Blandón
Si la crisis que vivimos en Guatemala fuera solo una más, quizá podríamos pasar por verla como un acto episódico sin mayor consecuencia para el país. Sin embargo, no es así, los quiebres geográficos abonan a problemas que no hemos sabido resolver y que, expandidos de manera constante, condicionan el desarrollo para un mejor futuro social.
De modo que no podemos ser superficiales y verlo solo como un punto minúsculo en un lienzo mayor. Debemos ser conscientes que postergar soluciones integrales no solo no permiten el auxilio de salvavidas para mantenerse a flote, sino que nos hunde a causa de tormentas en un océano cada vez más peligroso.
Ese quizá ha sido nuestro pecado o mejor el de la clase dirigente guatemalteca: el atraso de soluciones o respuestas concretas a desafíos puntuales en nuestro contexto nacional. Lo que supone, a la postre, no solo cargar con el oprobio y su respectiva agudización, sino el aparecimiento de nuevos problemas para ponernos a merced de condiciones que nos condenan más a la miseria.
Por ello, con el tiempo nos alejamos de la utopía de un mejor país: justo, solidario, incluyente. La situación hace que los gobernantes sean cada vez más ineficaces y se note su incapacidad de maniobra, la falta de políticas públicas, el peso de la burocracia. El Estado se ha vuelto mastodóntico porque no hemos sabido mejorar nuestra economía para volvernos pobres.
Quiero decir que los gobiernos no han hecho su tarea. Los políticos se han dedicado a robar y dar las sobras para proyectos deficientes. Prueba de ello lo constituye el enriquecimiento ilícito de los que han pasado por el Ministerio de Comunicaciones. Esa institución ha sido un botín suculento cuyo precio ha sido el abandono de las carreteras. La red vial no solo es vergonzosa, sino miserable, con un asfalto caricaturesco propio de un país con rezagos como el nuestro.
Y no levantamos cabeza. Ayer fue el Partido Patriota, hoy es el FCN. Los ministerios no hacen su tarea. Los encargados de las carteras parecen ausentes, encargados de lo mínimo para disfrutar su estancia y viajar, ganar, medrar como se pueda. Sin pensar en lo que parece romanticismo: amar a Guatemala, construir un legado, poner las bases para lo diferente. Ni los técnicos han hecho mayor diferencia.
Decía Confucio que “en un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza”. En Guatemala priva otra lógica y quizá por eso estamos como estamos. En esto, como en la educación, sin embargo, no debemos dejar de insistir para que, de a poco, vaya calando el imperativo de dar respuestas oportunas y rápidas a los grandes desafíos del país.