Adrián Zapata
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Quienes provocan la polarización social existente deberían tomar conciencia que están jugando con fuego. Radicalizar los discursos y las acciones son actitudes irresponsables que tienen consecuencias.
Hasta ahora, la inconformidad con el accionar del Presidente y el apoyo a la CICIG y el comisionado Velásquez habían sido fundamentalmente urbanos. Las ONG vociferantes eran los principales apoyos de la CICIG. Ellos están acostumbrados a hacer una tremenda bulla, que no coincide con su capacidad real de provocar movilización. Pero ahora, la cosa está cambiando. El pueblo rural está reaccionando, organizaciones sociales que se movilizan con mayor conciencia sobre los problemas del país están tocando la puerta con tanta fuerza que los sordos tendrán que oírlos. Y lo que es aún más relevante, sus reivindicaciones van más allá de la lucha contra la corrupción y la impunidad. Claman por soluciones a problemas de orden estructural.
La polarización social y política es una realidad y se condensa, como ya lo he dicho anteriormente, en CICIG sí o CICIG no. Pero no basta con constatar dicha notoria polarización, aunque algunos neciamente pretendan ignorarla. Es necesario señalar las causas de la misma y las responsabilidades correspondientes. En tal sentido, lo primero a decir es que son las decisiones del Gobierno las principales causas de ella. Jimmy Morales pareciera vivir sólo para lograr sacar a la CICIG del país y no permitir que don Iván Velásquez retorne. Pero también está la otra dimensión de esta polarización, relacionada con la ideologización con la cual se le ha pintado. Se pretende identificar a la CICIG y al Comisionado como la punta de lanza de un proyecto “izquierdista”, que mediante una “justicia selectiva” quiere limpiarle el camino a esa diabólica opción socialista, promoviendo la cancelación de partidos y catapultando la figura de la ex fiscal general, doña Thelma Aldana, quien supuestamente encabezaría el proyecto izquierdista. A esta argumentación añaden la bandera de la defensa de la soberanía nacional frente a la intromisión de los extranjeros. En esos aspectos radica la estrategia de polarizar ideológicamente el trabajo de la CICIG, para obtener un respaldo social a la lucha contra ella. Los actores impulsores de esta perversa estrategia han tenido algunos logros importantes, porque han modificado, poco a poco, el abrumador respaldo que hasta hace poco tenía la Comisión.
Pero el fuego con el cual juegan les puede terminar quemando las manos y, eventualmente, incendiar el país entero. Si la lumbre inflama el agro, los juegos políticos y las disputas palaciegas se terminarían y la posibilidad de una confrontación violenta estaría planteada.
Hace falta racionalidad. No parece existir una salida “revolucionaria” de esta conflictividad social y política cada vez más agravada. Paralelamente, aquellos que adversan a la CICIG, envalentonados y encandilados por la falsa lectura del pragmatismo imperial (EUA), podrían recurrir al uso de la represión para aplacar la lucha social. Y si estos hechos se producen, lamentablemente el caos será lo que prevalezca.